lunes, 31 de agosto de 2015

Hoy murió Mario Vaccarone, a los 101



Los años y la muerte no transforman a todos en honorables. Mario Vaccarone tenía 101 y murió hoy. La nota fue escrita cuando tenía 99, en marzo de 2013. Contó su vida y la de un pueblo, llena de matices. Uno es lo que ha vivido, y nada más.

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Son las 11 de una mañana gris de domingo, un gris extraño para Mendoza. Las campanas de la iglesia repican y logran convocar a una concurrencia que es sólo un tercio de la que reunirán las celebraciones evangélicas que se harán en la tarde. Una mujer, que trata de disimular que ha superado los cuarenta vestida con calzas negras y tacos altísimos, se baja de un auto de 100 mil pesos y apura el paso para llegar antes de que el cura empiece la misa.

Un padre cumple con la promesa y pasea con sus hijas por la plaza. Las dos andan en bicicleta. Una está todavía en la edad de las rueditas auxiliares y la otra debe tener unos 8 años y ya pedalea libre y segura.

Una mujer de unos 30 camina ligero con una botellita de agua en la mano. Da vueltas y vueltas a la plaza, queriendo dejar atrás los 15 kilos que se le han trepado no sabe cuándo y que se le amontonaron en las caderas. Y un viejito cruza en diagonal llevando en una mano la bolsita con los fideos frescos para el almuerzo familiar.

Desde la mitad de esta plaza, la principal de Palmira, nace una callecita de sólo 40 metros y que es la más corta de la ciudad. Lleva el nombre de Guillermo Fuseo, una de las figuras más importantes que tiene la historia jarillera. La calle es casi una metáfora de lo que es el pueblo: nace en la plaza y muere en las vías.

Allí, en esta callecita, está la casa de Mario Bruno Vaccarone. El domingo que viene este hombre de ojos celeste claro cumple 99 años. Todos los días, una vez a la mañana y otra a la tarde, don Mario da cuatro vueltas a la plaza y casi siempre, mientras pasa por la frontera norte de ese cuadrado de tilos y araucarias, saluda a los niños que se columpian o se tiran por el tobogán. Siempre viste igual: bermudas a cuadros que parecen calzoncillos y una camisita de mangas cortas, y en los días de frío se lo ve con algún abrigo. Gira y gira por la plaza en el sentido contrario a las agujas del reloj , como para hacer retroceder el tiempo.

Edith, a quien don Mario apoda la Panchita y que es 18 años más joven que él, dice que su marido hizo de todo en su vida.

Nació en Gutiérrez, Maipú, el 17 de marzo de 1914. Cuando tenía seis años su familia se mudó al Este, primero a San Martín y al poco tiempo a Palmira. “Había unas casitas y del carril (la Avenida del Libertador) para allá (señala hacia el sur) era todo ciénagas”, recuerda.

Su primer oficio fue el de peluquero. Lo aprendió con su hermano Renzo, que era 6 años mayor. También de joven fue jugador de fútbol del club Palmira y luego, miembro de la comisión de la institución. Después se hizo árbitro y dirigió durante varios años en la Liga Rivadaviense. Supo ganarse la vida como oficial y jefe de depósito en el ferrocarril. Integró la comisión del Centro Recreativo Libertad y Acción Florencio Sánchez, una entidad cultural que se dedicaba especialmente al teatro, pero donde también se hacían bailes y festivales de boxeo. Fue comisario de la unidad policial de Palmira, presidente y uno de los fundadores de los Bomberos Voluntarios, delegado municipal, concejal “y no fue partero sólo porque no la embocó”, dice Panchita, riéndose.

Mario Vaccarone es demócrata desde siempre. Escucha muy poco (su mujer dice: “Además se hace el zonzo para hacerme rabiar”) y quien ayuda a dialogar con él es Gastón Kairúz, nieto de Juan Kairúz, quien fue intendente de San Martín, peronista, eterno rival político de Vaccarone y con quien “nos llevábamos muy bien”, dice ahora el ganso.

El hombre acepta que fue un tenaz picaflor. “Tuve cinco hijos. Mario, el primero, lo tuve de contrabando”, cuenta, refiriéndose a que era soltero en ese tiempo. Ese primogénito lleva el apellido de la madre y recién vino a conocer a su padre cuando era un joven que estaba a punto de ingresar a la adultez. Ahora ese muchacho es un reconocido peluquero de la ciudad de Mendoza, de 78 años.

Después, como hijos “legales”, vinieron Mary, Pino, el Canario y Pancho. “Yo no sé cómo se llaman en realidad”, dice Edith y no hay forma de que don Mario “escuche” esa pregunta y responda.

Edith, la Pancha, tiene 81 ahora. Conoció a su marido allá por el 91: “Cuando yo salí del Policlínico Ferroviario”, donde trabajaba. “Salió” a la fuerza, porque el policlínico se murió con el ferrocarril. “No sé, nos casamos porque así lo quería él y porque fue el destino. Yo no me quería casar por nada del mundo. Había estado 10 años solita, después de enviudar. Él, cuando se quedó viudo, me vino a buscar y me insistió para que nos casáramos”, dice la mujer, que es un apéndice de don Mario, una muleta, la explicación de sus 99 años, casi sordos pero lúcidos.

“Él me hace renegar. Hace como que no me escucha,… pero me entiende. ¡Me da unos nervios…!”, dice Edith, con gracia.

Don Mario ya está preparando la fiesta para los 99. La charla con el cronista y el “intérprete” lo han privado de la caminata matinal y se lo nota inquieto por salir a la calle. Es que más que una prescripción médica, el paseo es un deleite para Vaccarone. Allí puede ver cómo transcurre la vida. Mira con sus ojos celestes a la mujer de unos 30 que quiere bajar de peso, a la de calzas y tacos que finge ser veinteañera, al hombre que pasea con sus hijas… y los tilos que presienten el otoño.

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