domingo, 16 de agosto de 2015

La capital nacional del apodo


Texto: Enrique Pfaab
Ilustración: Eugenio Carozzo

“Si nos sentamos un rato en la plaza te voy a poder decir cuál es el apodo de cada uno de los que pasen por ahí”, dice el Piedrazo Angileri.

El Fleco Manzanares asiente y el Chiquito Castro afirma que “acá en Junín todos tienen sobrenombre”.

Dicen que este departamento mendocino es la capital nacional del apodo. La gran mayoría de sus 40.000 habitantes tiene algún remoquete. Tan fuerte es ésta costumbre y tan populares son estos alias que los vecinos de Junín sabrán señalar sin dudar a dónde vive el Huevinca, el Quebracho o el Cornetón, pero ya no habrá tanta seguridad al indicar los domicilios de Di Marco, González o Alarcón.

El libro Junín, estampas de un pueblo dedica uno de sus capítulos a hablar de esta costumbre. Allí Javier Gregorio cuenta que cierta vez alguien llegó a una casa de Junín y preguntó por Aldo. La mujer que atendió dijo que allí no vivía ningún Aldo. Más tarde, cuando llegó su hijo a la casa, la mujer le contó sobre la extraña visita. “¿Cómo que acá no vive ningún Aldo? ¡Yo soy Aldo, mamá!”. Entonces, avergonzada, la mujer se justificó: “Perdoname. Es que yo siempre te he conocido como el Negrito”.

Los vecinos dicen que este fenómeno tuvo sus orígenes en el bar del Cocho Lizana, a quien también se lo supo apodar Sulky y luego Palenque. “Fue el segundo cura del pueblo. Después de ser bautizados en la iglesia, el Cocho rebautizó a todos en el bar”, dice el Chiquito Castro.

Por lo general el apodo se hereda. “A mi padre le decían Piedrazo, a mi me llamaron así desde chico y ahora a mi hijo también lo llaman de esa manera”, cuenta Angileri, quien sospecha que su nombre real es Marcelo.

La mayoría de las veces el apodo remplaza al nombre de pila, pero algunas también suplanta al apellido. Tal es el caso de un tal Rosales, quien fue apodado como el Burro. Su mujer pasó a ser la Burra y sus hijos, los Burritos y las Burritas. Hoy todos saben indicar dónde queda la casa de los Burro, pero sólo el cartero puede llegar hasta el domicilio de los Rosales. Lo mismo pasa con los Pito Juan, cuyo apellido real es ya casi imposible de determinar.

Todos tienen un remoquete. Muchos son muy originales, otros son bastante comunes. El intendente Abed tiene el simple apodo de Turco o Marito. En cambio, al ex diputado demócrata Eugenio Dalla Cía todos lo conocen como el Persiana. En Junín el conocido periodista de Canal 7 Marcelo Ortiz es Piculín, apodo que le fue adjudicado en sus años mozos de basquetbolista y que heredó de un famoso deportista puertorriqueño. A un concejal en funciones lo apodan todavía el Gringuito de los Cheques, por una costumbre pasada que es mejor no contar aquí.

Para que la sección de Junín de la guía telefónica prestara una verdadera utilidad debería consignar a los usuarios con sus apodos. De otra forma es casi inútil.

La gran virtud del juninense es que estos apodos no han sido otorgados en forma despectiva, no remarcan defectos físicos ni son despectivos. Más bien fueron inspirados por alguna característica de la personalidad del bautizado, por su oficio o por alguna detalle físico que no hiere su orgullo.

Allí están el Pan Casero Alarcón, el Aguacero Lepes (también llamado Refucilo), el Salero Coria, el Suspiro Muñoz, el Chirigua Guerrero, el Tortola Fidel, el Cascote Martínez, el Concurso Oyarze o el Chichá Libertino.

En algunos casos el motivo que originó el sobrenombre todavía se recuerda, pero en muchos casos ya se ha olvidado.

Javier Gregorio recuerda que a un vecino lo bautizaron Araña Manca porque nadie sabe cómo hizo la tela. A otro le dicen Antibiótico, porque se toma cada 8 horas. A un morrudo señor le pusieron Tarro de Talco, porque no tiene cuello. A cierto vecino le llamaban Gusano, porque tenía podrida a toda la manzana. A un haragán lo bautizaron Ataúd, porque fue hecho para el eterno descanso. Hay un tal Balde de Plástico, porque se raja cuando uno más lo necesita. Está aquel al que le dicen Mudanza Corta, porque se va en frente. También hay uno al que le dicen Mano Fría, por su costumbre de andar con las manos en los bolsillos. Y otro al que lo bautizaron Sachet de Leche, porque no hay forma de mantenerlo parado. Allí está Petromán, que sólo se cambia la camisa cuando se le rompe y también Agua Hervida, porque arruina el mate.

La lista es interminable: Cuchara, Tirifilo, Quemazón, Tortinga, Pellejo, Revolvazo, Llamarada, Pelela, Tarasca, Bebedero de Pollo, Unidad Sellada…

Es cierto que la costumbre de buscarle apodos a todo el mundo era mucho más frecuente en el pasado, pero en Junín todavía esto se mantiene, y el juninense se enorgullece de ello y lo considera parte de su identidad.



Quien escribe no pudo escapar a los recuerdos de infancia, esa época cuando sus compañeros de juegos eran el Garufa, el Fatiga, el Chicharrón de Liebre, Satanás, Pancutra…

Sus nombres y apellidos se han perdido definitivamente, aunque no sus rostros ni sus risas. Seguramente, ninguno de ellos identificará la firma de esta crónica, salvo que sea la del Gringo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario