martes, 4 de agosto de 2015

Cada clic


Recuerdo el momento. De las 600 fotos que sacó mi viejo, con su adorada cámara Voigtländer, yo recuerdo el instante de cada clic. Perfectamente, sin ninguna duda. Creo que mi memoria perdió eficacia después de que la cámara y mi viejo desaparecieron.
Recuerdo este instante. Mi viejo decía que esta había sido una de sus mejores fotos. Sin flash, sin poses, con la luz tenue de un farol a querosén. Un diálogo entre sus hijos, en la intimidad y sin intrusos, ni siquiera el de la cámara furtiva.
Yo tenía cinco años y mi hermano siete meses. Era de noche, después de la cena, en la cama matrimonial, antes de que nos desalojaran y nos mandaran a nuestro cuarto.
La cabecera de la cama apuntaba hacia el norte y la bahía de Villa Tacul estaba ahí nomás y el Nahuel Huapi casi se podía tocar si uno se asomaba por la ventana.
Fue la última foto que nos sacó mi viejo antes de que muriera mi mamá, unos días después.
El rollo estuvo dentro de la cámara mucho tiempo más. Mi viejo lo hizo revelar un año más tarde, cuando ya estábamos viviendo de prestado en la casa de mi tía, en San Fernando.
Para mi viejo esta fue su mejor foto. Para mí, es la síntesis de la relación que tuve y tengo con ese mocoso, que se babeaba mucho, que hablaba poco y que me vino a salvar de ser hijo único.
En la foto todavía puedo ver lo que no está en ella. A mi viejo y a mi vieja. Todavía puedo sentir la protección de las sábanas.
Puedo verlos sonreír, detrás de la cámara.

Puedo escuchar el clic. 

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