lunes, 31 de agosto de 2015

La verdadera historia de Josecito

(Ilustración: Diego Juri)

De chiquito era simpático. Llamaba la atención de todos y despertaba cierta ternura. Pero el bicho creció. Creció mucho y 130 kilos eran demasiados para el living de la casa y hasta para acomodarlos en la cochera. Para colmo, Josecito se ponía muy ruidoso cuando le atacaba el amor y atronaba con sus gruñidos. Y para completar se ponía muy oloroso y transpiraba como lo que era: un marrano.

El cerdito Josecito llegó a este hogar de Junín (cuya familia desea permanecer en el anonimato por razones que ya veremos) a los 30 días de nacido, apenas fue destetado de su madre. Era integrante de una camada de 12 cochinitos sanos y con buen futuro para formar parte de alguna piara en cualquier granja de Philipps o Medrano.

Pero Josecito tenía destino de chancho ciudadano. La familia que lo adoptó vivía en una casa del casco céntrico de Junín, con un patio no demasiado grande. No tenían perro y Josecito podría ser una mascota tranquila, ideal para que jugara con los niños.

Como todos los de su especie y pese a su apariencia, Josecito era un bicho ágil, rápido e inteligente. Además, en los primeros meses de vida, los cerditos desarrollan lazos sociales muy fuertes que prevalecen durante toda su vida, por lo que el animalito creó una estrecha y cariñosa relación con la familia.

El chancho pasó a tener una vida de perro, que no es sinónimo de mala vida. Cucha, correa y paseos en la plaza. También asiduos baños, ya que los cerdos son los únicos mamíferos que no poseen glándulas sudoríparas y por eso buscan mantener su piel humectada embarrándose constantemente, en especial en los días de calor. Además, Josecito escapaba del sol intenso ya que la piel del cerdo se irrita muy fácilmente. Por eso lo de “chancho limpio nunca engorda” es una falacia. En realidad, el chancho limpio andaría paspado, ardido, irritado, pero engordaría sin problemas. Eso lo sabe bien el actor George Clooney, quien es una de las celebridades que eligió tener un marrano como mascota.

Josecito y su familia adoptiva fueron aprendiendo estas cosas a medida que avanzaba la convivencia y ese aprendizaje fue a veces una experiencia feliz y, otras, un poco traumática.

Era divertido verlo correr junto a los perros en la calle o en la plazoleta del barrio, pero era un problema que el chanchito le apuntara sin dudar al primer charco que veía para revolcarse con placer y llegar así de regreso a la casa. “¿No te dije yo que cuidaras que no se embarrara? ¡Mirá cómo me dejó la alfombra!”, rezongaba casi todos los días el ama de casa, reprochándoles el descuido a su marido o a sus hijos.

A pesar de estos inconvenientes, mientras fue un cerdito chico y juguetón, la presencia de Josecito sólo generaba risas, ternura y alegría. Sus dueños se dieron cuenta de que, como todo puerco, Josecito no podía doblar su cuello hacia arriba y, por lo tanto, para mirar a sus dueños debía pararse en dos patas. Los cuatro dedos y las respectivas pezuñas de cada pata delantera se apoyaban en las piernas de sus festejantes y a veces dejaban algunos arañazos. Pero era el costo de tener a un bicho tan especial dentro del hogar.

La situación se comenzó a complicar cuando Josecito fue creciendo y ganando peso. En poco más de un año había pasado de ser un cerdito de 5 kilos a un marrano de 120.

Pocos cerdos mueren de viejos. La mayoría pasa por el cuchillo y se convierte en jamón antes de llegar a la ancianidad. Pero aquellos que evitan el carneo viven entre 13 y 15 años. Por esto se podría decir que a los dos años Josecito estaba entrando en la adolescencia y que la mascota comenzaba a sentir sus primeras necesidades sexuales.

Cierta tarde, mientras paseaba por la plaza, Josecito salió corriendo detrás de una perrita cocker spaniel. La dueña, una señora de 65, comenzó a proferir gritos desesperados pidiendo auxilio, mientras los propietarios del cerdo trataban de alcanzarlo. El caso es que Josecito se lanzó sobre la perra, en un intento desesperado de copular…, y la aplastó. Debajo del chancho se escuchaban los aullidos apagados de la perrita, mientras Josecito roncaba desilusionado.

Después de este incidente, la persecución de perras se transformó en algo que se repetía en cada salida. Primero los dueños del cochino optaron por suspender estas excursiones, pero el animal estaba tan nervioso que rompía todo y en un momento hasta intentó, desesperado, satisfacer sus necesidades con una amiga de la familia que había venido de visita. Entonces se decidió buscar una chancha. “Lo llevamos a una granja, lo dejamos unos días para que se descargue y después lo traemos de vuelta”, dictaminó el dueño de casa.

Así fue que Josecito fue cargado, no sin dificultad, en un taxiflet y llevado a un chiquero de Alto Verde. Apenas abrieron la compuerta del Rastrojero y lo pusieron en tierra firme, Josecito salió corriendo hacia el corral y estuvo a un paso de derribar la puerta. Allí la familia adoptiva del cerdo descubrió otro detalle de la vida porcina: los chanchos tienen un orgasmo que dura cerca de 30 minutos y lanzan gritos que parecen humanos.

El bicho pasó cuatro días en la granja y volvió cansado, sucio y relajado después de semejante juerga. Los siguientes tres días no hizo otra cosa que dormir. Apenas se despertaba para comer algo y beber agua.

Pero el remedio causó efecto apenas dos semanas. Pasado ese tiempo, Josecito tenía ganas de repetir la visita al chiquero. “Yo les digo: O nos mudamos a una finca o regalamos a Josecito”, intimó la mujer de la familia, cansada ya de tantos trastornos. Pero esa amenaza no tuvo aceptación. Todos imaginaron el posible futuro de Josecito si lo regalaban: iba a terminar hecho chorizos en pocos días. Tampoco cuadraba la posibilidad de mudarse. Esto no estaba dentro de los planes ni del presupuesto familiar.

Todos se quedaron preocupados y debatiendo durante los siguientes 10 días, buscando alguna solución.

Finalmente, el padre y el hijo mayor decidieron por su cuenta. Un día, la madre y sus hijos menores salieron a hacer unas compras por el centro de Junín y, de paso, almorzar en la casa de una tía. Cuando regresaron, Josecito ya no estaba… con vida. Los hombres lo habían desgraciado. Hubo una gran y generalizada escena de llantos, pero finalmente todos coincidieron en que había sido lo mejor. “Lo comemos nosotros antes de que se lo coman otros”, fue el razonamiento.

A pesar de que Josecito estaba tierno y sabroso, costó tragarlo.

La familia ya no tuvo otra mascota.

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