domingo, 23 de agosto de 2015

Diplomas, en una noche del 76


Fue una noche de 1976 en el edificio de la calle Martínez de Rozas, en la ciudad de Mendoza. “Estaba todo oscuro. No recuerdo si es que habían cortado la luz o que no se animaban a prenderla. Entramos a tientas y alguien alumbraba un poco con una linterna. Así pude tener mi título de psicóloga”, Nelly recuerda sentada en el living de su casa, que no parece el ambiente de una casa mendocina y tampoco el hogar donde una mujer de unos 70 años vive sola. Tiene un mobiliario y una decoración propia de una persona que todavía tiene todos sus sueños por cumplir y sus utopías sin cicatrices, en un pueblo desestructurado.

Ella es parte de un puñado de personas, los últimos en recibirse de psicólogos en la Facultad de Antropología Escolar. Así, de noche y a escondidas, lograron hacerse de sus títulos. La Facultad ya había sido cerrada por orden de la Junta Militar y era considerada un foco subversivo por la trastornada mente de esos golpistas.

Nelly es delgada, habla lentamente y con cuidado, eligiendo las palabras. Sabe lo que dice porque lo ha vivido. Entonces, lo relata con esa simpleza que sólo se logra después de encontrar la sabiduría.

Nelly militó siempre. Es de ese tipo de personas que siempre militan, hasta cuando no lo hacen, hasta cuando van de compras al almacén y dicen: “Buen día” están militando una idea, enseñando algo, mostrando una forma de vida.

Habla tranquila pero con cuidado. Estaría más relajada si su interlocutor no fuera periodista y tuviera una lapicera en una mano y una libreta en la otra, tratando (inútilmente) de captar con certeza sus dichos y el profundo sentido que estos tienen. Pero aún así acepta el riesgo y cuenta. Hace un relato que salta de épocas y de temas, pero no pierden orden ni sentido. Al contrario, gana en profundidad.

Define constantemente una idea. Esa noche de hace 36 años nadie se animaba a abrir la puerta, a prender la luz y mucho menos, hacen un acto para entregarles a los egresados el título de psicólogos. La Facultad de Antropología ya había sido cerrada, clausurada, y hacer algo así era como poner la cabeza en la guillotina y pedir a gritos que liberaran la cuchilla.

Pero había que hacer algo. No se podían quedar con esos títulos que habían costado tanto. Nelly trabajaba y estudiaba, y había tenido que doblar esfuerzos para conseguir cumplir con la carrera, rendir los exámenes, aprobarlos y al mismo tiempo, dar clases como docente, militar en el gremio, pelearla y volverla a pelear en esos años de plomo.

Entonces, el título no se podía quedar allí, juntando tierra y poniéndose amarillo por el solo dictamen de unos hombres de verde que habían tomado el poder y que arrasarían con cualquiera que se animara a pensar.

Y Nelly pensaba. En esa Facultad se enseñaba a pensar, por eso era considerada peligrosa.

Se recuerda en algunos apuntes universitarios de la UNcuyo que “la Facultad de Antropología Escolar se había creado el 28 de agosto de 1963 y su principal mentor y primer decano fue el doctor Cichitti”.

“Fue señera en la formación de profesionales relacionados con la educación y generó estrategias curriculares innovadoras como el plan de estudios por áreas”.

“En ella se dictaron las carreras de Profesorado en Ciencias de la Educación, Profesorado Terapeuta en Ortopedagogía, Profesorado Terapeuta en Deficientes Visuales y Ciegos, Profesorado en Ortofonía y Sordos, Profesorado de Sordos y Terapeuta del Lenguaje, y la Licenciatura en Psicología.

Esta Facultad dependía de la Dirección General de Escuelas de la provincia de Mendoza. Cuando la dictadura la cerró, los estudiantes de la FAE se dispersaron”.

La recuperación de la democracia en 1983 permitió que regresaran muchas actividades que habían sido pulverizadas por los militares. Pero debieron pasar 35 años para que volviera la carrera de Psicología una universidad estatal.

En 2012, la UNCuyo sumó a su oferta gratuita esta carrera, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

Quizá de allí salgan otras Nellys. Quizá se recupere a esa especie de seres humanos comprometidos con su entorno, con sus semejantes y que todavía creen que un mundo más justo y de iguales es posible.

Nelly mira a esos jóvenes, que le recuerdan un poco aquellos años de sueños y esperanzas. Los mira y sonríe. Sonríe sin olvidar.

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