sábado, 29 de agosto de 2015

Los fantasmas del Zoo


Entonces comenzaron los aullidos de los animales, como todas las noches; las hojas comenzaron a moverse y todos volvieron a ver la silueta humana y oscura, que parecía flotar entre los árboles. Los policías ya estaban decididos. Era en ese momento o nunca. Desenfundaron y se separaron para concretar la emboscada que habían planeado. Lograron cercarla. El jefe gritó: “¡Quieto ahí o disparamos!”. La silueta se abalanzó sobre uno de ellos y todos abrieron fuego. Vaciaron los cargadores. La sombra quedó quieta, después dio un amplio giro y casi rozándolos, cruzó a toda velocidad entre dos de los policías y se perdió en la noche. A la mañana siguiente decidieron pedir la audiencia con el subsecretario de Medio Ambiente del gobernador Arturo Lafalla.

Era el cuerpo completo de la Policía Ecológica, una división creada en del Departamento de Bomberos de la Policía de Mendoza para la prevención de delitos ambientales y que en esos días patrullaba el Zoológico. Unos meses antes se habían producido algunas irregularidades en el funcionamiento del servicio de seguridad privada que hacía esos patrullajes y se había decidido que esa función fuera cubierta con personal del Estado.

Fue a fines de los ’90. En el séptimo piso de Casa de Gobierno el jefe del cuerpo, un muchacho formal, respetuoso y bien preparado, encabezaba la comitiva. Fueron atendidos por el subsecretario, el director del Zoológico y funcionarios de la Gobernación, que esperaban escuchar un reclamo laboral. En realidad era un pedido, aunque no del tenor que ellos suponían.

“Este espectro nos tiene mal. No hay manera de sacarlo. Primero creíamos que era alguna persona que quería robarse algún animal, pero no. Es un espíritu o algo así. Aparece todas las noches, recorre el zoológico y los animales se ponen muy nerviosos. Anoche le disparamos, pero las balas lo traspasaron y no le hicieron nada. El espectro se fue como si nada”, dijo el jefe de la unidad.

Uno de los funcionarios los miró, cuchicheó algo con sus pares y luego preguntó: “¿Ustedes que quieren que hagamos?”.

El mismo policía carraspeó y dijo: “Quisiéramos que ustedes le manden una nota al Arzobispado de Mendoza, a ver si ellos pueden hacer algo. Que hagan un exorcismo, a ver si con eso el espíritu se calma”.

Más allá de la existencia del espectro, al subsecretario de Medio Ambiente le preocupaba la andanada de disparos que se había efectuado la noche anterior y temía que esto se volviera a producir. Lo grave es que si esto ocurría no había una forma coherente de dar explicaciones. Entonces aceptó remitir una nota formal al Arzobispado.

El exorcismo se realizó a los pocos días. No hay testimonio de lo que allí ocurrió. Algunos sostienen que un sacerdote recorrió los senderos internos, parándose cada 10 metros para rezar un padrenuestro y luego se persignaba y murmuraba frases inteligibles. También afirman que ese atardecer los animales estaban más nerviosos que lo acostumbrado y que se escuchaban quejidos. Hasta alguno sostiene que oyó una gutural maldición.

“No sabemos si dio resultado. Lo cierto es que los vigiladores no se volvieron a quejar”, testimonió un funcionario de aquella época.

Este espíritu es una leyenda antigua del lugar. Cada tanto, por algún incidente sin explicación ocurrido dentro del Zoo, revive con fuerza y se genera una psicosis entre quienes allí trabajan, en especial en las horas nocturnas.

Aún hoy dicen que este espectro, vestido de negro y con rasgos claramente humanos, se deja ver especialmente en las frescas noches de otoño. Los animales ya casi no se espantan, salvo que el fantasma los despierte abruptamente.

Hay quien asegura que es el alma sin descanso de un hombre que fue atacado y muerto por un león. Pero eso es solo una fábula. El resto no.

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