domingo, 16 de agosto de 2015

El vampiro de Barriales


Texto: Enrique Pfaab
Ilustración: Marcelo Marchese

En el Este se lo recuerda como el “Vampiro de Barriales”. En otras zonas algunos aseguran que era el “Lobizón 
de Barriales”, pero esta segunda afirmación posiblemente esté contaminada por el recuerdo de una radionovela de esa época que se “intitulaba” así. Lo concreto es que hay cientos de relatos y se ha escrito mucho sobre la aparición allá por 1971 de un supuesto monstruo chupasangre que aterraba al Este mendocino y su zona de tropelías llegaba hasta Rodeo de la Cruz.

“Una vez nos tomamos el trabajo de reunir las descripciones de todos aquellos que decían haberlo visto y un dibujante hizo un identikit. El resultado fue un bicho bastante ridículo: cuerpo de un caballo chico, patas de cabra, alas como las de un murciélago que le salían del lomo, orejas puntiagudas y una cabeza con hocico alargado, como el de un oso hormiguero”, recuerda el periodista Alberto Atienza, quien escribió un racimo de notas para el ya desaparecido matutino El Andino.

Barriales tenía (quizá todavía la tiene) una geografía ideal para este tipo de apariciones. Al menos es un escenario ideal para imaginarlas y hasta para crearlas: un cementerio antiguo junto a una ciénaga (ahora seca) es un lugar fértil para que brote cualquier bicho extraño.

Allí comenzaron a aparecer en ese año algunas gallinas muertas, colocadas en círculo y sin una sola gota de sangre en sus cuerpos. Dicen algunos que también aparecieron conejos y hasta perros, secos y dispuestos sobre la tierra de la misma manera.

Inmediatamente surgieron los relatos de avistamientos. Sombras que corrían en medio de la noche, aullidos, luces que aparecían y desaparecían en donde sólo habían yuyos o viñas…

Por ese entonces, Pichi era un niño de 10 años. Era el hijo menor y, por lo tanto, consentido, de un noble camionero. “Me acuerdo que una vez fuimos a una finca”, cuenta hoy ese chico que ya ha olvidado las travesuras y tiene una barriga importante. “Nosotros cosechábamos la fruta y la familia dueña del lugar nos la vendía a un muy buen precio”, recuerda. Pichi, más curioso que colaborador, detectó en un momento una pequeña casita de madera armada sobre un gran sauce. “Me voy a la casita, papá”, avisó Pichi. “Pero mi padre, que pocas veces me negaba algo, me prohibió rotundamente ir allí. Era una casita muy bien armada, con escalera y todo”.

El caso es que el niño, en un descuido de su progenitor, subió a la casa. “Había dibujos hechos con sangre, un cuchillo, un sable y algunas velas e imágenes pegadas en las paredes que daban miedo”. El mocoso recién contó su experiencia cuando estuvo en la seguridad de su casa. “Nunca me explicaron bien de qué se trataba eso”, recuerda ahora.

En el libro Mitos y leyendas del Vino Argentino, de la escritora y periodista mendocina Natalia Páez, hay un capítulo dedicado a este personaje macabro. Allí se cuenta una incursión nocturna que hicieron en el territorio del vampiro tres periodistas mendocinos: “Juan Carlos García, de Canal 9 de Mendoza; Germán Bustos Herrera, cronista, y Alberto Atienza, al que llaman el Perro, entonces fotógrafo y jefe de la sección Policiales de El Andino, toda una institución del periodismo mendocino. Como apoyo moral y chofer iba Juan Atienza, hermano del Perro”. Roque Grillo, colega de estos señores en la misma época, asegura en estos días que él también fue parte de la avanzada, cubriendo la información para el Diario Mendoza.

“Caminábamos por entre un rumor permanente de aves que se inquietaban al percibir nuestros pasos”, cuenta en el libro el propio Atienza. “Llegamos a un sector donde de pronto nos asaltó un pesado silencio. Todos lo pensamos. Nadie lo dijo. Si ahí no vivía ni un solo pájaro es porque estábamos cerca de la cucha del vampiro. Entonces uno de los expedicionarios sacó un crucifijo que llevaba entre sus ropas. Otro, más pragmático y no tan sugestionable, se abrió paso con una Smith & Wesson calibre 38. García se echó al hombro la cámara. Bustos Herrera, apodado Filet de víbora, porque era muy flaco, puso en infinito la lente de su Asahi Pentax. Y, cosa de no creer, cosa de volverse loco, el vampiro no apareció”, contó el Perro para el libro de Páez.

La también periodista Marcela Furlano, que por ese tiempo era una niñita inquieta (casi como lo es ahora), recuerda que “en esa época teníamos en la finca de Rodeo de la Cruz unos contratistas que escuchaban el radioteatro de Oscar Ubriaco Falcón el Lobizón de Barriales. Pero sobre todo “el boca a boca” de los demás trabajadores era lo que propagó el mito. Recuerdo que se negaban a regar en la noche cuando les tocaba el turno, por el miedo que tenían a que se les apareciera”.

Con el paso de los meses terminó por desenredarse el intríngulis. “Resultaron ser unos muchachones, hijos de gente acaudalada de la zona, que se quisieron divertir un rato”, le relató Atienza a este cronista. Pero Natalia Páez fue más allá en su libro. Ubicó al supuesto autor de las maniobras que, según el texto, tenía fama de practicar algunos ritos de magia negra como para asustar a los paisanos y quien es hoy un bodeguero famoso. La escritora lo entrevistó con la excusa de juntar información sobre vinos, pero cuando salió el tema del vampiro la charla se cortó abruptamente y el hombre la invitó a salir de su oficina.

Páez, quien titula este capítulo como El bodeguero vampiro, escribe: “La guarida de este bodeguero rico y oscuro (…) se encontraba en un barrio porteño famoso por su elegante cementerio: la Recoleta. Pero eso no hubiera sido significativo para mí de no haber sido porque el número de la puerta era un rotundo y simbólico 666”.

Vaya uno a saber. Por estos pagos se habla de muchos que han tenido pactos con el señor del averno sólo para conseguir placeres y riqueza.

Después de escrita esta crónica, este mortal soñó que se encontraba con el señor de las profundidades. “¿Cuánto cuesta poder escribir una novela genial”, pregunté. “No tienes con qué pagarlo”, contestó aquel. “¿Y un buen cuento?”, dije. “No te alcanza”, sostuvo. “¿Un párrafo?”, insistí. “Tu alma no está cotizando bien en estos días”, lanzó el maldito.

Entonces desperté, entre molesto y resignado.

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