sábado, 11 de julio de 2015

El tiempo perdido

En medio de la cena, corrió la silla, se paró y me dio un abrazo larguísimo, como de tres minutos. Después me dio cinco besos en la mejilla, contándolos. Después dijo: “Te extrañé y quería recuperar el tiempo perdido”. Me lo dijo así, con su vocecita de 7 años. Yo pensé: “¡No tengo que olvidar este momento, no tengo que olvida este momento, no tengo que olvidar este momento!”. En unos años, cuando llegue a la pre adolescencia, descubrirá mis defectos, sentirá vergüenza de mí, me retrucará todo lo que le diga. Después, cuando ya sea más grande, entrará en equilibrio. No seré perfecto, pero tampoco un desastre y encontraremos un territorio en donde abrazarnos con cariño, sin que ella olvide que soy apenas su padre. Esto me pasó hoy, hace un rato, y no quiero olvidarlo. 

miércoles, 1 de julio de 2015

El testigo


Yo les dije que ya estás muerto, amo, pero no me entienden.
Dicen que vienen a tratar de averiguar lo que yo podría contarles, con detalles.
Les diría que hace un rato, apareció un hombre de olía igual que los malvones de la otra cuadra. Que sus manos olían al sexo de su mujer. Igual a como olían las tuyas.
Les contaría que gritó tu nombre. Que yo ladré enfurecido, como corresponde.
Que abriste la puerta, que él te empujó, te dijo algo que no entendí y que sentí un ruido fuerte, que retumbó cien veces en mi cabeza como si fuera navidad.
Que después corrió. Que tiró la pistola en el patio de al lado y que ellos no ven y no encontrarán jamás.
Van a venir a molestarte, lo lamento. Me gustaría que me dejen algo para comer y que me llenen el balde con agua fresca, antes de irse. Al menos espero que no limpien tus sesos, que han quedado esparcidos por el suelo y que tienen un gusto ácido. Creo que ellos no se preocuparán por eso. Están muy intrigados en saber aquellas cosas que yo podría contarles.
Pero como vos sabés, amo, los hombres no ladran.

La vieja Pino



Son esas personas que nacieron así, canosas y arrugadas. No imagino que la vieja Pino haya podido ser joven, alguna vez. Era la directora de la Escuela 48, de siempre. Yo tenía 10 años y no recuerdo que haya tenido familia, ni siquiera marido.
Vivía en la misma escuela, en el mismo edificio. Tres aulas calentadas con salamandra, el patio interno, la dirección y la cocina de la vieja Pino. Esa era la escuela para mí. Ahora sospecho que también, a continuación de la cocina, la vieja Pino tenía un comedor, algún dormitorio,… una vida o algo parecido.
Las malas lenguas, que eran todas las nuestras, decían que la vieja Pino tenía problemas con el alcohol.
Nuestra versión, tenía un solo sustento: Cada tanto la vieja Pino le pedía a José, uno de nosotros, que le fuera a hacer algunas compras al almacén de Criado. José decía que siempre le encargaba una botella de whisky.
“Pepe, ¿podés irme a hacer unos mandados?” le decía la vieja Pino a José. Ella era la única que lo llamaba Pepe, y nosotros lo gastábamos por eso.
Casi no recuerdo nada de la vieja Pino. Ahora creo que se pasaba más en su cocina que haciendo de directora. Supongo que todas las cuestiones escolares las resolvían las maestras, especialmente las más jodidas: la vieja Boy, la vieja Soto,…


Hay solo una imagen imborrable de la vieja Pino. Fue esa tarde en que imaginé que había alguien atrás de esa imagen gastada y ausente.
Fue una tarde. La del 1º de Julio de 1974. Por vaya a saber que motivo extraño, era una tarde de sol, casi templada.
Estábamos en clases. De ponto, intempestivamente, la vieja Pino abrió la puerta del aula y entró. Estaba llorando a moco tendido. Tartamudeando, dijo: “Se puede ir a su casa. Murió el presidente Perón”, y salió.
Recuerdo que, extrañamente, hubo un silencio sepulcral y nadie dijo nada. Que cada uno agarró sus cosas y se fue.
Recuerdo haber caminado los cuatro kilómetros de regreso a casa. Que pensé mil cosas, que me pregunté otras mil.
Pensé en Perón y en la vieja Pino,… la señora directora.