martes, 25 de agosto de 2015

Mi charla con don Sigmund Freud



Me quedé dormido apenas apoyé la cabeza en la almohada. Le televisión quedó prendida. Una película de la Gran Guerra fue el arrullo. Quizás por eso, en ese extraño estado entre la inconsciencia y la realidad, es que comencé a soñar.

Al lado de mi cama, sentado en una silla y con las piernas cruzadas, un señor de barba, toscano en la boca y lentes redonditos, me miraba de reojo mientras apuntaba alguna cosa en su cuaderno.

Estaba impecablemente vestido. Corbata, traje. Del bolsillo del chaleco le asomaba la cadena del reloj. Entrecerraba los ojos, por el humo del habano.

-La vejez, con sus arrugas, llega para todos-, me dijo, en un tono tranquilo, pausado. -Yo no me revelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas -en compañía de mi mujer, mis hijos- el calor del sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?-

-¿Me habla a mi?-, le pregunté.

-Claro, ¿a quién, sino? Salvo que usted crea que hay alguien más aquí…-, me dijo, y dejó la pregunta flotando en el aire.

-No. Estoy yo, nomás. Usted se parece a Freud, disculpe que le diga-

-Todos me dicen lo mismo, desde siempre. Tanto me parezco, que decidí serlo, redondamente- contestó.

Yo tendría que haberme sorprendido un poco, si soñar tuviera alguna lógica, pero no la tiene según creo. Entonces, seguí preguntándole: -¿Qué edad tiene, don Sigmund?-

-Setenta años, que me enseñaron a aceptar la vida con serena humildad-

-¿Por qué habla raro?-

-Soy austríaco y soy judío, en principio. Después, me operaron de un tumor maligno en el maxilar superior y tengo una prótesis. Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con este aparato me consume mucha energía preciosa. Pero prefiero esto a no tener ningún maxilar. Aún así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con nosotros, tornándonos la vida más desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos. Pero, en realidad, no hablo raro. Solo ocurre que usted está bastante dormido-

-Esta casa no se parece a la mía-

-No se parece, porque no lo es. Es la mía, la de los Alpes austríacos, y usted se tendrá que ir apenas terminemos de hablar-

-¿Y cómo llegué aca-

-No se. ¿Usted cómo cree que llegó?

Yo me apliolé de que ya estábamos jugando al psicoanálisis. Pero yo quería jugar al periodismo y le pregunté: - Cuando usted cumplió 70 años lo homenajearon en todos lados, menos en su propia universidad…-

-Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento, me sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mí o a mi obra porque tengo setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los decimales. La fama llega cuando morimos y, francamente, lo que ven después no me interesa. No aspiro a la gloria póstuma. Mi virtud no es la modestia-

-Pero a usted lo van a recordar, le voy avisando…-

-No me importa. Eso no significa absolutamente nada, es lo mismo que perdure o que nada sea cierto. Estoy más bien preocupado por el destino de mis hijos. Espero que sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra prácticamente liquidó mis posesiones, lo que había adquirido durante mi vida. Pero me puedo dar por satisfecho. El trabajo es mi fortuna-

-Se lo escucha medio pesimista, disculpe que le diga-

-No, no soy pesimista. No permito que ninguna reflexión filosófica complique mi fluidez con las cosas simples de la vida-

-¿Usted cree en que su espíritu perdurará, después de su muerte?-

-No pienso en eso. Todo lo que vive perece. ¿Por qué debería el hombre constituir una excepción?-

-¿No le gustaría ser inmortal?-

-Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos egoístas detrás de la conducta humana, no tengo el más mínimo deseo de retornar a la vida; moviéndose en un círculo, sería siempre la misma. Más allá de eso, si el eterno retorno de las cosas, para usar la expresión de Nietzsche, nos dotase nuevamente de nuestra carnalidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria?. No habría vínculo entre el pasado y el futuro. Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie de compromisos, una lucha interminable entre el ego y su ambiente. El deseo de prolongar la vida excesivamente me parece absurdo-

-Pero, reconózcame que la muerte es una macana-

-Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, consciente o inconscientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro nuestro. La muerte es la compañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: “Más allá del principio del placer”. En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el Amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la Muerte es igualmente importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la “fiebre llamada vivir”. El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción-

-¡Joder! ¡Eso suena a un suicidio universal!-

-La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser desaprueba la vía directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para contrabalancear la pulsión de muerte, pero en el final, ésta resulta más fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado-

Freud se sonrió, cuando dijo eso, como si se hubiera distendido y apareciera su humor irónico.

-Y, dígame, ¿qué anda haciendo por estos días?-

-Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del psicoanálisis practicado por los legos. Los doctores quieren establecer al análisis ilegal para los no-médicos. La historia, esa vieja plagiadora, se repite después de cada descubrimiento. Los doctores combaten cada nueva verdad en el comienzo. Después procuran monopolizarla-

-¿Y, sigue haciendo pisoanálisis?-

-Ciertamente. En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente nuevo-

-Usted se analiza a sí mismo?-

-Ciertamente. El psicoanalista debe constantemente analizarse a sí mismo. Analizándonos a nosotros mismos, estamos más capacitados para analizar a otros. El psicoanalista es como un chivo expiatorio de los hebreos, los otros descargan sus pecados sobre él. El debe practicar su arte a la perfección para liberarse de los fardos cargados sobre él-

-¿Y para qué sirve el análisis, después de todo?

-El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evitar. El análisis nos dice lo que debe ser eliminado. La tolerancia con el mal no es de manera alguna corolario del conocimiento-

-Dígame una cosa ¿usted se considera alemán?

-Mi lengua es el alemán. Mi cultura, mi realización, es alemana. Yo me considero un intelectual alemán, hasta que percibí el crecimiento del preconcepto antisemita en Alemania y en Austria. Desde entonces prefiero considerarme judío-

-Entonces, ser alemán es como un complejo para usted-

-Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza-

-El problema con los psicólogos de ahora, no creo que usted lo sepa, es que jamás te dan el alta…-

-Un análisis serio dura más o menos un año. Puede durar igualmente dos o tres años…-

-¡Claro, usted no va a tirarle tierra a sus colegas o, mejor dicho, a sus discípulos-

-La inteligencia en un paciente no es un impedimento. Por el contrario, muchas veces facilita el trabajo-

-Yo creo que los animales tienen menos quilombos…-

-¿Qué objeción puede haber contra los animales? Yo prefiero la compañía de los animales a la compañía humana-

-¿Por qué?-

-Porque son más simples. No sufren de una personalidad dividida, de la desintegración del ego, que resulta de la tentativa del hombre de adaptarse a los patrones de civilización demasiado elevados para su mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del hombre son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura. Mucho más agradables son las emociones simples y directas de un perro, al mover su cola, o al ladrar expresando su displacer. Las emociones del perro nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconscientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor-

-Al final, ¡la vida era más simple hasta que usted inventó el psicoanálisis!-

-De ninguna manera. El psicoanálisis vuelve a la vida más simple. Adquirimos una nueva síntesis después del análisis. El psicoanálisis reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su carretel. O, modificando la metáfora, el psicoanálisis suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente-

-A mi me parece que usted y sus discípulos vinieron a enredar la cosa…-

-El psicoanálisis, por lo menos, jamás cierra la puerta a una nueva verdad.La vida cambia. El psicoanálisis también cambia. Estamos apenas en el comienzo de una nueva ciencia-



-Pero, con todo eso de la teoría del desplazamiento, de la sexualidad infantil, de los simbolismos de los sueños,… ¡es un lío tamaño baño!-

-Yo repito, pues, que estamos apenas en el inicio. Yo apenas soy un iniciador. Conseguí desenterrar monumentos enterrados en los substratos de la mente. Pero allí donde yo descubrí algunos templos, otros podrán descubrir continentes.

-Para usted todo tiene que ver con el sexo-

-Respondo con las palabras de su propio poeta, Walt Whitman: “Más todo faltaría si faltase el sexo” Mientras tanto, ya le expliqué que ahora pongo el énfasis casi igual en aquello que está “más allá” del placer -la muerte, la negociación de la vida. ¡Este deseo explica por qué algunos hombres aman al dolor como un paso para el aniquilamiento! Por ejemplo, Shaw no comprende al sexo. El no tiene ni la más remota concepción del amor. No hay un verdadero caso amoroso en ninguna de sus piezas. Él hace humoradas del amor de Julio César -tal vez la mayor pasión de la historia. Deliberadamente, tal vez maliciosamente, él despoja a Cleopatra de toda grandeza, relegándola a una simple e insignificante muchacha. La razón para la extraña actitud de Shaw frente al amor, por su negación del móvil de todas las cosas humanas que emanan de sus piezas, el clamor universal, a pesar de su enorme alcance intelectual, es inherente a su psicología. En uno de sus prefacios, él mismo enfatiza el rasgo ascético de su temperamento. Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización. La humanidad, en una especie de autodefensa procura su propia importancia. Si usted raspa a un ruso, dice el proverbio, aparece el tártaro sobre la piel. Analice cualquier emoción humana, no importa cuán distante esté de la esfera de la sexualidad, y usted encontrará ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad-

Después, Freud carraspeó, se paró, se acomodó la corbata y dijo – Me voy al kiosco, a ver si tienen cigarros-, se puso el sombrero y salió.

Yo seguí soñando, ahora con mujeres desnudas.

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(La entrevista verdadera, fue hecha en 1926, por el periodista George Sylvester Viereck. Fue publicada en el volumen de “Psychoanalysis and the Fut” en New York en 1957.

Puede leerse completa en:

http://enelmargen.com/2015/04/21/setenta-anos-me-ensenaron-a-aceptar-la-vida-con-serena-humildad-entrevista-a-sigmund-freud/

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