domingo, 23 de agosto de 2015

El misterioso caso del alemán errante


Ilustración: Diego Juri

Mediados de los ’70. Era alto, delgado, ágil. Parecía tener unos sesenta años o quizás algunos más. Alguna vez su cabello había sido rubio y sus ojos todavía eran celestes. Ignoraba a los extraños mientras caminaba a paso vivo, saltando piedras y esquivando matorrales. Anotaba cosas en una libreta sucia y daba órdenes a soldados de fantasía en un idioma que no se lograba descifrar. Muchos de quienes alguna vez treparon en esos años por las laderas del cerro Arco todavía recuerdan su imagen. Para la mayoría era un ex oficial alemán, miembro del ejército del Tercer Reich, que se había refugiado en la Argentina luego del final de la guerra. En algún momento perdió la cordura.

Más arriba, hacia la cordillera, en los años ’50, cuentan que se instaló un campamento alemán y que este extraño personaje podría ser el último de aquel grupo. Hace poco, en las ruinas de lo que pudo haber sido ese supuesto reducto, se encontraron dos tapas de tanques de combustible que tenían estampada la cruz esvástica.

En los ’70, Andrés estaba en plena adolescencia. Ya lo apodaban Meteorito. Disfrutaba de ir a la montaña. Todavía hoy mantiene esa pasión y la conjuga con su profesión de licenciado en Seguridad e Higiene.

“Éramos un grupo de pibes que salíamos siempre. Ese día fuimos al cerro Arco. Habíamos pasado por una serie de cuevas, que eran bocas de túneles de minas de bentonita y talco. Por esos tiempos se comentaba que allí se solían ocultar integrantes de la guerrilla que eran perseguidos por la policía y los militares”, recuerda.

“Nosotros pasábamos lo mas rápido posible por esas bocas, como para no llamar la atención. Algunos solíamos ponernos a jugar al Sargento Sanders y su patrulla mientras ascendíamos, pero cerca de esas cuevas caminábamos con el temor de que saliera alguien de adentro. Ese día, después de algunas vueltas, finalmente encontramos el sendero que debíamos seguir para llegar a la cumbre. En eso estábamos cuando se nos apareció ese personaje. Tenía tez blanca, ojos claros, flaco y de aspecto de atleta germano. Caminaba anotando cosas en una libreta y hablando en otro idioma, como dando órdenes a subalternos inexistentes. Era un tipo extraño. Un ermitaño”.

El relato de Meteorito se parece a otros muchos de personas que se encontraron en la zona del piedemonte con este mismo hombre de figura casi fantasmal, salida de un libro de historia.

No hay registros de quién era, de dónde tenía su refugio, de cómo sobrevivía, ni mucho menos de cuál era su origen. Sólo quedó la leyenda. Era un oficial del ejército alemán. Algunos acotan que era uno de los que habían llegado al país después de la caída del régimen nazi, y que ingresó a la Argentina con una identidad falsa.

Según cuentan, en parte apoyando el relato en datos comprobados, pero también nutriéndose de especulaciones y versiones nunca certificadas, la gran mayoría de los alemanes llegados en ese tiempo al país se incorporaron rápidamente a la sociedad argentina. Los profesionales, especialmente los científicos, consiguieron trabajo dentro de algunas instituciones del Estado. Otros pudieron invertir algo de capital en emprendimientos propios o se transformaron en simples empleados. Pero también se dice que hubo un sector minúsculo de inmigrantes alemanes que prefirieron alejarse de la vida en sociedad y se recluyeron en la montaña. Sostienen que eran integrantes de las tropas alemanas que habían combatido en el Frente Oriental. Allí en donde la batalla, la nieve y el frío cobraban víctimas por igual, y en donde el Tercer Reich sufrió la mayoría de sus bajas. El alemán fantasmal del cerro Arco habría sido uno de esos soldados.

Pasó el tiempo. Mucho tiempo. Meteorito siguió yendo a la montaña.

Hace apenas unos dos años, el montañista salió de excursión con un grupo de jóvenes turistas que querían recorrer las vías y estaciones abandonadas del tren trasandino. Iniciaron la caminata en el centro mismo de la ciudad y comenzaron a subir, siguiendo los restos de aquel trazado de vías férreas de trocha angosta.

Un poco antes de llegar a Polvaredas decidieron alejarse un poco de su ruta e ir a visitar una zona en donde, según le habían contado al guía, había unas pircas y restos de algún campamento antiguo. Debieron cruzar el río y caminar bastante. “Finalmente lo encontramos. Eran restos de un campamento que alguna vez parecía haber estado muy bien organizado. Encontré unas viejas latitas roast beef, de esas que se abrían tirando de una especie de arandela. Tenían el cuño del año 1955 y decía que habían sido envasadas en una aceitera de Berisso”, recuerda Meteorito. Pero ese no fue el descubrimiento más sorprendente. También había dos o tres tapas de latas de combustible de 20 litros. “Anglo-Mexican Petroleum Co. Lta.”, decía la lata en el borde superior. “Londres–México. Marca Registrada”, agregaba más abajo. “18-75 litros. Kerosina”, tenía inscripto en el borde inferior. Y en el centro una contundente e indudable… ¡cruz esvástica!

Instantáneamente esa visión le trajo al guía aquel recuerdo de juventud. Aquella figura extranjera que vagaba sin rumbo y dando órdenes en alemán.

Con algo de esfuerzo se puede casi sostener que esas latas de combustible eran de una subsidiaria mexicana de la empresa Shell. Además hay un detalle que, después del impacto inicial, puede distinguirse claramente: mientras la esvástica nazi tiene sus brazos dibujados en el sentido de las agujas del reloj, los brazos de estas esvásticas de las viejas latas de combustible estaban acuñadas en sentido contrario. Después de todo este monograma tiene un origen mucho más antiguo que el surgimiento del partido nazi y los primeros dibujos datan del siglo V antes de Cristo. Incluso los visnuistas dicen que la esvástica está eternamente dibujada en una de las cuatro manos del dios Visnú. También esa imagen fue utilizada en distintas épocas por varias culturas y religiones.

Lo cierto es que estas latas quedaron allí. “Yo me iba a traer una, pero era incómodo para seguir con la excursión y pensé en volver otro día. Todavía no regresé a buscarlas y dudo que alguien se las haya llevado, porque el lugar es casi desconocido y está fuera de cualquier sendero”, sostiene Meteorito.

Quizá nadie jamás sepa quién fue aquel alemán errante. Posiblemente nadie ubique nuevamente esas latas. Tal vez todo sea una leyenda. O tal vez no.

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