sábado, 29 de agosto de 2015

Martín Palermo no habló conmigo


Un día, Martín Palermo fue el técnico de Godoy Cruz. Y un día, se fue. Para escribir sobre eso, buscaron al más caradura que había, y me encontraron a mi. Salió

----------------

Otra vez, como todos los días de los últimos 40 años, no hablé con Martín Palermo. El platense se fue de Mendoza sin que hayamos cruzado una sola palabra. El Loco seguirá su vida ignorando que existo y yo seguiré escuchando hablar de él. Es que este tipo está empecinado en ser tema de conversación desde hace dos décadas.

Entonces leo sobre él y lo miro por tevé. De camisa lila, aritos y su pelo platinado (ya nadie recuerda que en realidad es castaño oscuro y que alguna vez lo usó muy largo) lo veo entrar a la cancha de Racing. Es viernes a la noche. Grita y putea como si hubiera renovado contrato por 10 años y si ése fuera el partido más importante de su vida.

Apenas comenzado, a los 4 minutos, el Loco se amarga. Y se amarga todavía más a los 26, cuando el Pipa Villar hace algo así como un gol en contra. El problema es que esta noche no llueve, no está montada la escenografía como para una gesta épica, como aquella tormentosa del 10 de octubre de 2009. Esa fue la única vez, ya que no soy hincha de Boca ni de Estudiantes, que Palermo me hizo emocionar. En tiempo de descuento, cuando ya se habían jugado 47 minutos del segundo tiempo, el Loco metió el segundo para que la Selección dejara de sufrir ante Perú y no se quedara fuera del Mundial. Palermo se sacaba la camiseta, levantaba los brazos y dejaba que lo bañara la lluvia. Y lloraba. Me emocioné, no por la Selección ni el gol, sino por este tipo que parece torpe, tosco, pero que se caga de risa de todos los que lo definíamos así. Pensar que el Loco había entrado a la cancha un ratito antes en remplazo del mendocino Enzo Pérez. Quizás el destino ya se estaba entrelazando.

Aquella noche, y ahora esta del viernes, me hizo acordar también de otra. La del sábado 24 de febrero de 2007. Esa vez lo el Loco nos metió un zapallazo desde mitad de cancha. Desde más allá todavía. La agarró de volea, lo pescó a Oscarcito Ustari muy adelantado y, también cuando se moría el partido, Boca nos terminó ganando 3 a 1. ¡Pobre Ustari!, pensar que decían por esos días que era uno de los arqueros que más prometía. Si no fuera por ese podrido gol todos ya hubieran olvidado ese partido.

El Tomba pierde y Palermo sufre, como si no se fuera a ir nunca. Pero se va. Esta noche sufre, aunque no tanto como aquella del 4 de julio de 1999 cuando erró tres penales y la Selección de Bielsa perdió 3 a 0 con Colombia por la Copa América. Se va, pero antes espera a que cada uno de sus jugadores abandone la cancha y los acompaña a salir, derrotados.

Palermo tiene esas cosas. Fue y volvió muchas veces y tiene esa tranquilidad de los que ya saben que no hay victoria eterna ni fracaso que no dé revancha. Es esa clase de personas que nació para ídolo y que, aún así, es capaz de trabar una profunda amistad con el ídolo de sus archirrival. Ahí lo tienen a su compinche Guillermo Barros Schelotto. Y también es capaz de decir las cosas sin muchas vueltas y mandar a freír churros al presidente del club para el que trabajó, seguro de que dentro de 40 años todos recordarán a Palermo y muy pocos sabrán quién fue José Mansur. En 40 años les contará

a su historia a sus bisnietos. Ellos creerán que exagera, pero no será así. Más aún, olvidará detalles importantes de su carrera, como esa vez que perdió con Racing en su último partido como DT del Tomba. Y no les hablará de mí, porque no, nunca habló conmigo.

Entre claros y oscuros

Algún medio nacional tituló hace unos días que a Martín Palermo “se le terminó la beca” como técnico en Godoy Cruz. La frase es injusta. Es cierto que el Loco aprovechó este primer contrato en su carrera como DT para hacer experiencia, pero también es cierto que retribuyó eso con trabajo y seriedad, y también que el Tomba reforzó su imagen en el mundillo del fútbol apoyándose en la fama de su entrenador.

Contratado bajo la presidencia de Mario Contreras y con un instantáneo feeling con la hinchada, su gestión no fue cuestionada independientemente de que la campaña del equipo alterara buenas con malas. Sin embargo, la situación se complicó rápida e impensadamente cuando se sentó a negociar su continuidad con Mansur, el actual mandamás del club. De nada sirvió que Martín, con un plantel mucho más modesto, hubiera casi empardado las campañas del Turco Asad y del Polilla Da Silva. Y a Palermo no le gustó el juego.

Dijo que algunos dirigentes mintieron cuando dejaron trascender que el problema era el monto de dinero que exigía el entrenador para renovar el contrato; que nunca fueron claros en su postura y que tenían la decisión tomada, desde hacía tiempo, de sacarlo del juego y de traer a otro DT para sucederlo al frente del banco de suplentes.

A Palermo no le gustó y, de acuerdo con el clima que se vive en el Tomba, a los jugadores y a los hinchas tampoco.

Y el Loco se fue. Algún día será, inevitablemente, el entrenador de Boca, quizás de Estudiantes. Porque es ídolo. Nació para serlo. Es una especie que ya casi no existe. Se fue para seguir escribiendo su historia. Esa historia que, si hubiera nacido en Estados Unidos, ya tendría una decena de guiones esperando turno en Hollywood, la llamada meca del cine.

No hay comentarios:

Publicar un comentario