jueves, 27 de agosto de 2015

Requiem de 8 huevos para Don Coco



Uno anda por la vida buscando retazos de su infancia. Las 700 mil personas que transitan las calles de la capital mendocina de lunes a viernes hacen eso, por más que no lo sepan y que justifiquen su impulso con la ambición, la supervivencia o la rutina. Buscan una melodía, una imagen, un aroma, un sabor, algo que al menos por un instante, les permita revivir aquel tiempo de despreocupada felicidad. Los freudianos dan fe de esto. La mayoría de las veces esta búsqueda es infructuosa. Otras, muy pocas, alguien se topa con ese disparador de emociones y se le desbocan los recuerdos.

Es por esto que, desde hace 40 años, tanta gente se sienta a la mesa de doña Lola. Ni más ni menos. Ahí se juntan, sin distinción de rangos sociales ni ocupaciones, funcionarios del gobierno y taxistas; abogados a y albañiles; médicos y artistas; sacerdotes y usureros. Porque el sabor de los ravioles de mamá, de su puchero o el de sus milanesas es algo que no se olvida nunca y si hay alguno que se le parezca, mejor no perderlo.

Preguntar por la esquina de Moreno y Bogado obtendrá un gesto de ignorancia o una explicación errada. Salvo los que allí viven, nadie parece saber que donde está exactamente e, incluso, que realmente exista. En cambio no hay quien titubeé cuando uno pregunta cómo llegar al restaurante de Don Coco. Curiosamente la mentada esquina y la mítica fonda están en la misma encrucijada de la Cuarta Sección.

Es una casa antigua, sin carteles que alerten sobre su presencia. La puerta está en la ochava y por las dos pequeñas ventanas se alcanzan a ver desde afuera las sencillas mesas con mantel que confirman que se ha llegado.

Pese a que el ambiente es extremadamente sencillo, adentro todo está recién lavado o pintado, como lo ordena la buena costumbre de un hogar mendocino.

Doña Lola va y viene desde la cocina al mostrador, pidiendo y llevando platos que varían según los días: el lunes puchero; el martes canelones; el miércoles arroz con pollo; y así. En ese trajín están incluidos sus hijos Luis y Mirta y también su nuera Margarita y su yerno Miguel. Los sábados y domingos también se suman sus seis nietos.

Allí todo es familiar y, como la familia no es tan grande para satisfacer el requerimiento de la clientela que colma el salón e invade la vereda, los clientes habituales terminan ayudando a acomodar mesas y llevar platos.

Siempre fue así, desde 1971. En ese año don Coco, José María Tissera Valdez para los registros, dejó el volante de un camión en General Alvear y decidió venirse a la ciudad de Mendoza para instalar un barcito en esa esquina, a dos cuadras de lo que era la planta embotelladora de Villavicencio. Por requerimiento de la misma clientela el simple despacho de bebidas le dio paso al “plato del día”, preparado por doña Lola.

Durante las siguientes cuatro décadas esa fue simple la fórmula para capturar a los hambrientos mendocinos y hasta visitantes que solo querían comer bien, pagar poco y, por sobre todo, reconocer el sabor de la comida cacera, como aquella que preparaba mamá.

Mientras Lola hacía maravillas en la cocina, incluida una tortilla de ocho huevos, Coco le sacaba provecho a su simpatía, algo que le llevó a tener una vida un tanto accidentada en lo familiar. Sin embargo esto no atentó contra el negocio, que siempre fue prioridad para él y los suyos.

Por las noches los artísticas hacían de la fonda su lugar de reunión obligada. Sus bolsillos flacos encontraban allí un plato accesible y se les permitía realizar eternas sobremesas. Fueron muy comunes allí las guitarreadas en la vereda, que se extendían hasta entrada la madrugada. “Eso se mantuvo hasta hace unos 4 años, cuando se construyeron algunos edificios aquí cerca y los vecinos comenzaron a quejarse”, recordó Miguel, el yerno de Coco y Lola. Pese a todo los músicos y actores todavía se siguen juntando allí.

La fama de la fonda se ha extendido a todo el país y hace poco un mecánico de la Cuarta recuerda haber comido, mesa de por medio, con Abel Pinto y también con Diego Alonso, el conductor de Cárceles.



La vida no se detiene. Todos lo saben. Solo para confirmarlo, hace un par de años murió don Coco. Pero nada ha cambiado en la fonda. Doña Lola sigue cocinando y permite que sus comensales puedan continuar recuperando retazos de su infancia.

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