miércoles, 12 de agosto de 2015

La Polla Vera, el alma de la cueca


Texto: Enrique Pfaab
Ilustración: Diego Juri
 “Jamás vi bailar una cueca con tanta delicadeza y cariño”, contaba hace ya muchos años don Carlos Di Fulvio, el magnífico guitarrista cordobés. El artista recordaba su paso por la mendocina Junín, una noche cálida, cuando conoció a Berta Eusebia Vera. La Polla Vera. Tan prendado quedó de la imagen de esa mujer bailando la cueca con don Tormenta, que compuso tiempo después “Por ellas, por las más bellas”.
“Quien diga bailar la cueca no ha visto a Berta con Don Tormenta, revolear el pañuelo, pisar el suelo de punta y taco…”, arrancan los versos.
Contaba Di Fulvio en uno de sus recitales: “Yo nunca había sido muy amigo de la cueca porque pensaba que era sólo para divertirse, que no tenía la misma calidad que la zamba o la vidala... Y me equivocaba. El tiempo que perdí sin cantarla solamente es culpa mía”. Y recordaba: “El que va a Mendoza si no vuelve con un compadre no ha ido a Mendoza. Uno de estos compadres míos me decía: Usted que ha hecho tonada, ¿por qué no hace una cueca? Yo le di mis razones y él me invitó a Junín. Diosito había puesto a doña Berta en este mundo para que viviera en Junín y esa noche la vi bailar con don Tormenta, que le decían así por lo oscuro. Al hombre ya se le había caído el fleco sobre la frente y, como dicen, cuando eso ocurre, se está a punto para bailar la cueca. Esas dos personas, que eran figuras desprolijas, casi grotescas y que ocupaban dos metros cuadrados cada una, de pronto se transformaron. Jamás vi bailar con tanta delicadeza y cariño”.
Berta Eusebia Vera, hija única de Anémides Vera y Flora Carrasco, nació en plena intervención federal, cuando el gobierno nacional había designado a Carlos Borzani para que dirigiera los destinos de la provincia, función que cumplió entre 1928 y  1930.
Don Anémides era carnicero y ferviente lencinista. Esto influyó en la crianza de Berta, que creció viendo en las paredes de su casa los retratos familiares junto a los del Gaucho José Néstor Lencinas. Esa casa paterna estaba sobre la avenida Mitre. Berta, que sería luego apodada como la Polla, le ayudaba a su padre en el despacho. Realizaba con destreza los cortes y salía a repartir los pedidos en carreta.
Esta crianza hizo que Berta tuviera un trato desprejuiciado con los hombres y que utilizara un vocabulario casi masculino. Era frecuente verla en la cancha alentando al equipo del club local, entre la barra más bulliciosa.
“Me acuerdo cuando se mudaron a la calle Ladislao Segura y levantaron una casa de adobe. Ella hacía la mezcla, levantaba paredes y ponía el techo junto con su padre”, dice Hugo Rodríguez, que vivía a 20 metros de la casa de la Polla.
Esa casa se iba a convertir en una verdadera peña continua. No había cantante ni guitarrero que no se acercara allí a tocar algo, comer y beber por un par de días.
Algunos recuerdan que por allí estuvieron Mazamorra Ponce, don Chaparro y su mujer, que cantaban a dúo, los hermanos Maturano, los Visconti, Los de Salta… Alguno bautizó a ese lugar como “Capital del folclore”, antes que Cosquín. Por allí pasó Carlos Di Fulvio una noche y se enamoró de la cueca.
“Hay gente de otras provincias que todavía hoy, cuando viene a Mendoza, pasa por lo que fue la casa de la Polla Vera y se saca fotos”, dice Hugo Rodríguez.
Berta puso una especie de bar en su casa, como para justificar la visita de mucha gente que, de lunes a lunes, se juntaba en su casona a guitarrear.
En las noches cálidas se armaban grandes bailes en el patio y en el invierno se amontonaban dentro del hogar de la mujer, que a esa altura se había casado. Tuvo dos hijos, Gervasio y Paquita. “Gervasio ya falleció, pero Paquita todavía vive, en Rivadavia”, aporta Hugo.
Según cuentan, la Polla, de tanta jarana y por prestarle dinero a alguna visita de bolsillo flaco, se metió varias veces en bretes económicos. Cuentan que cierta vez terminó metida en un embrollo con cheques sin fondos y que ese lío le costó pasar tres años a la sombra.
“Tenía problemas con el banco”, recuerda Rodríguez. “Venía a nuestra casa para pedirnos el teléfono y hablar con el gerente para que le tratara de resolver algún problema. Después, si la conversación había tenido buen resultado, nos abrazaba, nos besaba y se reía. A veces nos traía algo de carne, ya que en su casa se carneaba seguido”.
Pero una cosa son las deudas y otra la diversión, y hay quien cuenta que en las guitarreadas en lo de la Polla Vera se veía con frecuencia a Ramón Álvarez, quien era gerente del Banco Mendoza.
También se recuerda que después de tres años de obligada ausencia en Junín, única vez que se alejó del pago, la Berta fue recibida en su casona con una gran fiesta organizada por aquellos vecinos y músicos que tanto la habían extrañado. “La Polla bailó esa noche varias cuecas, en agradecimiento”, dicen.
A esa altura el matrimonio de la mujer había fracasado y se había separado. Después de un tiempo formó pareja con el Tormenta, un bailarín maravilloso del que nadie recuerda con total certeza el nombre. Esa pareja fue la que vio bailar Di Fulvio.
Después de una vida repleta de música y emociones, Berta Eusebia Vera murió la noche del 15 de marzo de 1980. Pero no se fue del todo. En Junín quedó un enorme caserón repleto de historias y de anécdotas. Y de versos y música.
“La cueca es como una ronda
por donde rondan
nuevos amores.
Hay que pisar despacio
y armar el lazo con los primores,
si el mozo no tiene flores
no ha de pillar mariposas”.

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