lunes, 17 de agosto de 2015

La final embrujada


Texto: Enrique Pfaab
Ilustración: Diego Juri

Cuarenta y seis minutos del segundo tiempo. El partido estaba cero a cero. Tiro de esquina. Quizá fuera la última jugada en la cancha de Deportivo Goudge, en San Rafael. La tarde del sábado 25 de agosto último, Atlético Pilares Vida y Paz, un club nacido de una iglesia evangélica, necesitaba ganar para consagrarse campeón de la Liga Sanrafaelina por primera vez en su historia. En cambio, su rival, Club Social y Deportivo Constitución, luchaba por no tener que jugar la promoción, esquivar el fantasma, escaparle a la muerte. La Muerte.

“En la primera fase, con pibes que tenían entre 14 y 16 años, sacamos 14 puntos. Ahora, en la segunda fase, con la mitad del equipo formado por tipos que tenemos más de 40, sacamos apenas 3”, pensaba en ese momento Julio Osorio, volante por derecha de Constitución y también DT del equipo. Pero no era el tiempo de pensar. Iban 46 minutos del segundo tiempo, el partido se terminaba y los evangélicos buscaban el gol en esa última jugada. Allá en la esquina izquierda, en los confines de la cancha, Gonzalo Rodríguez acomodaba la pelota para ejecutar el córner.

Osorio sabe que ya está grande. A mitad del campeonato había decidido quedarse en el banco y dedicarse sólo a dirigir, imaginando que podría así levantar el rendimiento del equipo. Pero no fue así. Apenas habían logrado tres puntos roñosos que no servían para nada. Entonces decidió volver a jugar, al menos esos últimos tres partidos que faltaban. Y ahora estaba ahí, esperando poder despejar el peligro en esa última jugada de ese último partido.
La pelota voló hacia el área como un espectro

Osorio ya está grande. Tiene 39 años. En realidad, la mitad del equipo ya estaba grande esa tarde de sábado. Sin ir más lejos, ahí estaba Fernando Castillo, que ya tenía 46 y que miraba cómo la pelota caía llovida. “Yo le dije a Castillo cuando llegó al equipo: Vos jugás aunque no estés entrenado”. Es que Fernando es un buen arquero y lo había vuelto a demostrar en ese último partido. Estaban cero a cero porque había atajado maravillosamente y porque, también es cierto, habían tenido una gran cuota de suerte. Pilares los había cagado a pelotazos.

A los 12 del primer tiempo, José Gutiérrez le dio de volea, apenas por arriba del travesaño. A los 14, Castillo salvó con las piernas un remate directo. A los 27, Gonzalo Rodríguez le dio desde fuera del área y la pelota pegó en el poste derecho. A los 35, otro remate se fue cerca del palo. Dos minutos después, Ismael Millán encaró a Castillo con pelota dominada y el arquero le ganó la pulseada. Germán Cruz la agarró de media vuelta a los 43 y el veterano guardameta la sacó al córner con un manotazo agónico. Un cronista deportivo escribiría esa noche, resumiendo el primer tiempo: “Los jugadores de Pilares no estuvieron finos a la hora de definir y en otras ocasiones apareció la figura del legendario Fernando Castillo, atajando como en sus mejores épocas”. El segundo tiempo fue igual. Casi igual.

La pelota picó. Alguien la rechazó. Fue un despeje medio pifiado, como si estuviera maldito. “Eso es por los nervios y el cansancio”, pensó Osorio. Es que, además de la edad del plantel, había otras razones que explicaban por qué estaban ahora rechazando desesperados la última pelota del partido. Entrenaban por la noche, después de que cada uno volvía de su trabajo. En San Rafael, vivir del fútbol es una utopía. El equipo de Club Social y Deportivo Constitución estaba armado con albañiles, obreros rurales, electricistas. Trabajadores. Él, Julio Osorio, es celador en una escuela. Los que aparecían todas las noches para entrenarse lo hacían por puro gusto, por vocación, por disfrute. “Hay algunos pibitos, los de 14, los de 16, que vienen porque pueden tener un futuro en el fútbol. Pero el resto venimos porque nos gusta”, pensó. Había algunos que venían noche por medio o que sólo aparecían un rato. Por ejemplo: Fernando Castillo era un excelente arquero, pero para sus 46 años la rutina del entrenamiento era mucho sacrificio y sus ausencias eran muy frecuentes. “Ahora les voy a decir: El que entrena juega y el que no, no”.

Cuarenta y seis del segundo tiempo. Fue un despeje débil. La pelota llegó, tímida y casual, a los pies del delantero evangélico Jorge Contreras, que había ingresado 9 minutos antes. El Tanque Contreras hacía mucho que no jugaba. Entró sólo para eso, para concretar el maldito gol. Malvado gol.

Los de Pilares estaban nerviosos. Sabían que el empate no alcanzaba. Monte Coman le estaba ganando como visitante a Villa Atuel por 2 a 1 y con ese resultado se quedaba con el campeonato. Y esa pelota que tenía en los pies el Tanque Contreras era la última. Ahora o nunca.

Atlético Pilares tiene una vida deportiva muy joven. Fue fundado el 24 de abril de 2010, cumpliendo el sueño del pastor evangélico Víctor Doroschuk, cabeza del Tabernáculo de Vida y Paz, una iglesia que congrega a 6.000 fieles y que también es la dueña del colegio Redentor. En junio de 2011 salieron campeones en Primera B y ahora estaban a una patada de serlo en la A. “¡Les prohíbo que se quejen o insulten a los árbitros!”, les había dicho a los jugadores el pastor Doroschuk más de una vez.

Julio Osorio estaba cansado. Hasta los 16 minutos del segundo tiempo había corrido y metido. Después él mismo, en su función de DT de Constitución, se mandó al banco e hizo ingresar al pibe Alcaya. Ahora veía cómo se moría el partido desde fuera de la cancha y cómo la pelota esperaba, mansa, resignada, el puntapié del Tanque Contreras. La última jugada. La macabra.

“Los pibes nos van a salvar. Nos quedemos en la A o nos vayamos a la B, los pibes nos van a salvar”, pensaba. Él se iba a dedicar a entrenarlos, a hacer la vaquita para poder comprar pelotas, a pechar los conitos naranjas para los entrenamientos… Él le iba a encontrar la vuelta para seguir.

Contreras le pega. Ahí va la pelota. Como un aire helado. El veterano arquero se estira. Ahí va, entre la mano de Castillo y el primer palo. Ahí se queda. Dormida en la red. “Los jugadores lo gritaron como si hubiese sido el gol de la final de una copa del mundo. Se abrazaron entre sí. Subieron al tejido olímpico para gritar con sus hinchas”, escribió a la noche el cronista. Pitó el árbitro Ribota. Pilares campeón. Constitución a la maldita promoción.

Julio Osorio pensó en que ya estaban grandes, en las noches de entrenamiento, en la falta de plata, en que todos trabajan… Después recordó: cuando habían llegado esa tarde al vestuario encontraron una imagen de San La Muerte y dos velas negras encendidas. Todos se habían mirado sorprendidos. Alguien apagó las velas y tiró todo en un tacho de basura. Osorio recordó. Dudó un instante. El sol se estaba yendo y en la sombra ya se sentía el frío. “Esta noche va a helar”, pensó.

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