jueves, 24 de septiembre de 2015

Luis, el invisible




Todas las mañanas, desde hace un año y un mes, Luis Alberto Gómez se sienta en el banco de la plazoleta Hipólito Yrigoyen, al lado de la Municipalidad de San Martín. Es casi una ceremonia. Llega a las 7, cuando todavía está oscuro. Ha hecho lo mismo, aún con temperaturas bajo cero.

Prolijamente llena el mate, ubica la bombilla, le pone un poquitín de azúcar y empieza a cebar. A esa hora, cuando todavía está oscuro, la luz del farol permita ver el vapor de la primera cebadura.

Junto a él, está su bicicleta. De lejos, parece que estuviera por irse de viaje o que acaba de llegar. Tiene varios atados, perfectamente acomodados.

Casi no hay gente en la calle. Apenas comenzaron a trabajar los barrenderos, algún canillita y los bancarios apuran el paso para llegar a horario a sus sellos y sus billetes. Algunos, apenas un par, saludan a Luis y aceptan un mate para luego seguir.

“Hace un año y un mes que vivo en la calle. Soy cartonero, un ciruja como dicen”, y hace una media sonrisa, mitad dientes y mitad agujeros.

Tiene 58 años y el 7 de agosto del año pasado, el día de San Cayetano, una oficial de Justicia y una comitiva policial lo desalojó de la casa en donde había vivido durante 30 años.

“Me cargaron todo en un camión y lo volcaron en el patio dónde vive mi suegro. Se rompieron todos los muebles, la heladera y la cocina que yo había juntado en la calle y que había arreglado para poder usarlas”.

Vivía en una finca junto al Acceso Este, casi en el cruce con calle Miguez, en frente de la bodega Los Haroldos. “Yo era el cuidador, nunca me pagaron con recibo ni tuve papeles”, cuenta.

Ahora, por las noches, se acomoda en un pequeño cuadrado abierto que es parte de la construcción donde funciona un banco, justo frente a la plazoleta donde toma mate. “Me acuesto ahí cuando se van todos y me levanto y dejo todo ordenado, antes que lleguen. Saben que duermo ahí, pero no me han hecho problema”, dice.

Luis tiene mujer. Se llama María de los Ángeles y está refugiada en la casa de sus padres, en el barrio El Nevado. “Yo quiero irme y estar con él”, dice la mujer. Son padres de Ludmila, una beba de 11 meses. “Ella compró (dio a luz) en el Perrupato y tuvimos problemas, porque se la querían sacar porque decían que nosotros no podíamos mantenerla ni tampoco le podíamos dar una casa. Entonces, firmamos el alta voluntaria y nos fuimos”, recuerda Luis.

Antes, la pareja había perdido a dos mellizas. “Una nació muerta y la otra se murió unos días después”.

El hombre recuerda épocas mejores. Dice que supo tener 170 hileras de viñedos a su cargo, “para poda, atadura y cosecha”, que “fui tractorista” y que su actividad de cartonero siempre le dio suficiente para comer.

Pero ahora, no hay techo.

“Hace meses que estamos esperando que nos llamen de una finca, en Costa de Araujo, pero todavía no pasa nada”, cuenta la mujer.

Dicen que han pedido auxilio en los organismos oficiales, pero “no ha pasado nada”. Están fuera del sistema, muy afuera, y parece que no hay contención posible para casos como el de ellos.

Mientras tanto están allí, en plena plazoleta del centro, junto a la Municipalidad de San Martín. Pareciera que se los ha incorporado como parte del paisaje. Solo eso.

Luis ceba mate. Tiene sus cosas acomodadas, como si estuviera a punto de irse de viaje. Una helada matinal quizás se lo lleve para siempre, un día de estos.


Enrique Pfaab

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