domingo, 16 de agosto de 2015

El hombre que tenía que morir un miércoles

César Segura

Texto y foto: Enrique Pfaab

César Argentino Segura Leyría tenía que morir esa mañana. Sin saberlo, había dado todos los pasos para que así fuera. “Usted quédese aquí, jefe. Voy yo y después le informo”, le había dicho un rato antes al comisario Rico Villalba. Ahora, tirado en el pavimento boca abajo, pensaba en Ilda, su mujer embarazada y en sus hijitos Sergio y Adriana.

Tenía la cabeza inclinada hacia la derecha y podía ver al inspector Humberto Clodomiro Gómez Frías tirado cerca de él, que perdía sangre por un agujero que tenía en la nuca. Un poco más allá, estaba el agente Carlos Zenón Zamora Alcaraz que había caído con sus piernas perforadas. César Segura había sido el primero en bajarse de la camioneta Ford F 100 doble cabina de la Policía. Había dado apenas tres pasos cuando sintió un ardor en la espalda. Después se derrumbó.

El 3 de septiembre de 1969 era un miércoles soleado. En ese San Martín pueblerino apenas se hablaba de la muerte de Ho Chi Minh, el líder de Vietnam del Norte, pesadilla de los franceses y de los Estados Unidos, que había fallecido por esas horas en una cueva de Hanoi a los 79 años afectado por la tuberculosis. En cambio se conversaba sobre las declaraciones del presidente de facto Juan Carlos Onganía, que había insinuado una apertura a la democracia, convocado al diálogo a los partidos políticos y sugiriendo que debía "existir una sola CGT".

El subinspector César Segura había llegado temprano, a eso de las 7, a la oficina de Investigaciones de la calle Balcarce. Los delitos a resolver eran simples. Apenas algunos robos menores. Iba a ser otra mañana tranquila.

A las 9 el taxista Carmelo Tripi todavía estaba en la cama cuando su mujer entró a la pieza para avisarle que tenía un viaje. Dos hombres habían llegado hasta su casa de Palmira para pedirle que los llevara a la calle Pueyrredón, en San Martín. Uno era alto, morocho, tenía un portafolio negro y Tripi notó que rengueaba. El otro era más bajo, algo gordito, rubión y con abundantes patillas. Tripi se vistió rápido, tomó dos mates y puso en marcha el Ford Falcon.

Nunca recordaba el nombre de las calles de San Martín y pidió a sus pasajeros que le indicaran el camino. "No conocemos esa ciudad", dijo el más alto. Tripi pensó que podrían preguntar cuando estuvieran cerca.

"Estaban nerviosos, apurados. Cuando íbamos viajando uno me dijo que, en realidad, querían ir hasta El Mirador después de pasar por la ciudad", contó después el taxista. Pararon en la calle Pueyrredón. El más bajo descendió y se encontró en la vereda con otro hombre, con el que cruzaron algunas palabras. Después volvió a subir al taxi y dijo que necesitaban viajar hasta La Paz. "Les dije que les iba a salía 5 mil pesos (Moneda Nacional). Me pagaron enseguida. Entonces les dije que tenía que pasar por la telefónica para avisarle a mi mujer que iba a hacer un viaje largo". No era cierto. Tripi desconfiaba y quería avisarle a la policía que tenía dos hombres sospechosos en su Falcon. Los desconocidos accedieron. El taxi se detuvo frente al edificio de la Compañía Argentina de Teléfonos, de Avenida Alem y Remedios de Escalada. En ese lugar había mucho movimiento. En la esquina contraria había una forrajera y varios camiones ya esperaban para cargar o descargar. Tripi bajó del auto, entró a la telefónica e hizo el llamado. Después de colgar le contó sus sospechas al gerente del lugar y pidió que lo dejaran esconderse en una oficina.



El comisario inspector Ramón Armando Arrieta Cortez era el jefe de la Unidad Regional Tercera. El operador atendió el llamado de Tripi y lo comunicó directamente con Arrieta. Este pasó el alerta al comisario Rico Villalba. "Vamos a identificar a unas personas que están en la telefónica", retransmitió a sus subalternos el jefe de Investigaciones en tono monótono y rutinario. “Usted quédese aquí, jefe. Voy yo y después le informo”, le contestó el subinspector Segura. El agente Zamora se sentó al volante, Segura se colocó a su lado y el inspector Gómez atrás. Fue un recorrido breve que no llevó más de cuatro minutos. Observaron el taxi estacionado sobre la vereda sur. Dieron un rodeo y pararon sobre la vereda contraria. César Segura fue el primero en bajar. Dio dos pasos. Era su hora.

"Sentí en la espalda algo que me quemaba, como un fuego". No escuchó el estampido ni vio a nadie que lo apuntara. Solo un ardor intenso. "Nos madrugaron", pensó mientras caía. Después bajó Clodomiro Gómez. Allí sí se escuchó el balazo, muchos balazos. "Entonces lo veo a Gómez, boca al suelo, mientras le salía mucha sangre por la nuca". Otro disparo. Otros. "Alcancé a escuchar un auto que salía raudamente". Era el Valiant negro del comerciante Juan Lencione. Los delincuentes lo habían tomado de rehén y le habían ordenado escapar. El primero en salir tras el Valiant fue Emilio Bertolini, de la agencia Citröen, quien se subió en su Torino 380 y comenzó la persecución. Después se sumaron más de 1000 policías.

Se acercaron los primeros curiosos. Segura pidió que le aflojaran la corbata y le desabrocharan la camisa. Tenía un tiro en el pulmón derecho y tres costillas fracturadas. "Me faltaba el aire. Después vi a Zamora que también estaba tirado con heridas en las piernas".

Los tres policías tenían todavía sus Ballester Molina enfundadas. Los maleantes les habían efectuado veinte disparos con armas calibre 38 y 45.

Los diarios del día siguiente informaban sobre Ho Chi Ming, Onganía y la "Gigantesca Caza" de los hombres que habían baleado a los policías y el estado de los heridos. Decían que Zamora estaba "fuera de peligro" y que Segura y Gómez estaban graves. En realidad cuando los canillitas voceaban la noticia Gómez ya había muerto. Los médicos luchaban por salvarle la vida a Segura. Ya le habían hecho la primera operación y le habían extraído un plomo calibre 38. El problema era que el pulmón derecho se llenaba de líquido. "La pasé bastante peliaguda".

El Valiant negro fue hallado poco después. Los prófugos lo habían cambiado por una camioneta Dodge de la bodega Peñaflor que después también fue descubierta abandonada en la zona de El Algarrobal.

La policía capturó esa tarde a José Alfonso Giménez, el hombre alto y morocho. Un ex convicto. Rodolfo Izaguirre, el rubio de largas patillas, no fue hallado. Recién cayó muerto varios años después en un enfrentamiento en San Justo, Buenos Aires. Siempre se habló de un tercer hombre, pero nunca pudo ser identificado.



Durante los días siguientes Segura se moría y Zamora, en silla de ruedas, se cruzaba de pieza y se pasaba varias horas junto a su cama, velando su inconsciencia. Pero una mañana, sin que nadie supiera bien porqué, Segura se comenzó a recuperar y Zamora a despedir. Y así fue. “Cuando me desperté me contaron que Gómez y Zamora habían muerto”.

Segura se tenía que morir esa mañana, pero se retiró a los 55 años de la policía, en 1989. "Tengo el pulmón bien zurcido y todavía se ven las esquirlas en las radiografías", contaba.



César Argentino Segura Leyría murió una noche de jueves, mucho después.

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