domingo, 23 de agosto de 2015

El dedo del soldado


Texto: Enrique Pfaab
Ilustración: Diego Juri

Era flaquito. No pesaba más de 55 kilos y fumaba tres paquetes de Benson por día. Trabajaba fabricando baterías, inhalando los nefastos vapores del ácido sulfúrico y el óxido de plomo. Pero al atardecer su vida cambiaba. Jorge se transformaba en un atildado caballero que disfrutaba de los amigos, del juego y de la buena vida, pese a que eso le significara endeudarse hasta la maceta y que su mujer tuviera que ser obligadamente la responsable y pensante de la familia. Pero por esa forma de transcurrir por este mundo Jorge generó decenas de anécdotas que todavía se recuerdan en su pueblo, como aquella que cuenta que encontró el dedo de un soldado alemán en el Jeep Willys que compró al final de la Segunda Guerra.

Nació en Palmira el 2 de mayo de 1925 y era el menor de los siete hermanos de la familia Tanús, que tenían un comercio “vende tutti” en la avenida, justo frente al pino que se decoraba en Navidad y que se secó junto con la prosperidad de la ciudad. Los hermanos mayores eran Antonio, José, Adela, Juanita, María y Avive.

Su primer trabajo fue en el negocio familiar y allí ya mostró algunas de sus debilidades. Alguien recordó hace unos días que cierta vez Antonio mandó a Jorge a entregar unos muebles en Mendoza. El benjamín cumplió el encargo, pero como le sobraba tiempo pasó por una casa de juegos. La plata nunca llegó a la casa de los Tanús.

Quizás por esto, Jorge se abrió y comenzó a ganarse la vida con otras actividades. Una de las primeras fue preparar el sonido para las orquestas típicas que venían a tocar periódicamente en la desaparecida Pista Canto.

Luego instaló un taller de electricidad del automotor y fábrica de baterías en la primera cuadra de la calle Javier Molina, donde también alquilaba una modesta casa. Allí formó su familia. Se casó (cuando ya tenía 41 años y ya no se cocinaba con el primer hervor) con Yolanda Luján, una profesora de Música, que por la mañana daba clases en la escuela Güemes y por la tarde en el Comercial y el Nacional, de San Martín.

De esa pareja nacieron Jorge y Gustavo. “En realidad nos crió Ofelia, una señora que nos cuidaba mientras nuestros padres trabajaban”, recuerda Jorge, que se recibió de ingeniero civil cuatro meses antes de que su padre falleciera, en febrero del ’94 y que además es diputado provincial y presidente de esa Cámara desde hace 6 años.

La vida de Jorge padre ya había generado anécdotas antes de casarse. A fines de la Segunda Guerra, entre los rezagos que habían llegado a la Argentina, había comprado un Jeep Willis. “Yo no conocí ese vehículo, pero todos contaban que cuando mi padre estaba limpiándolo y comenzando a restaurarlo, encontró dentro de la gaveta un dedo humano, supuestamente de algún soldado alemán o americano”, recuerda su hijo mayor.

Ese mismo Jeep tuvo otras dos historias. En el golpe del ’55 los militares habían considerado que el puente sobre el río Mendoza, de Palmira, era un sitio estratégico y lo habían tomado. Como en todo golpe, los militares necesitaban más vehículos de los que tenían y decidieron que el Jeep de Tanús era ideal para sus fines. “Está bien, pero yo lo manejo”, dijo Jorge, arriesgando sus huesos. Así estuvo unos días siendo chofer de los golpistas, hasta que finalmente abandonaron el puente y se fueron, dejándolo libre a él y a su querido Willys.

Ese mismo vehículo fue usado por Tanús cuando los hermanos Lo Castro rodaron en Palmira y en Super 8 El rapto de Clarabella.

“Mi viejo llevaba una vida distendida, sabía vivir sin preocupaciones. Un día con un amigo se le ocurrió ir a Buenos Aires a tomarse un café. Se lo tomaron y volvieron”, recuerda su primogénito.

Durante el día, vivía lleno de grasa. Al atardecer aparecía algún amigo que lo invitaba al club, al Copacabana o al casino. Entonces Jorge se bañaba, se vestía pulcramente y salía. Nunca decía que no. Esa vida era pintoresca, pero también es cierto que afectaba la economía familiar. “Un año nos fuimos de vacaciones en un Fiat 128 cero kilómetro y al año siguiente andábamos en un Peugeot 403 destartalado”, dice el ingeniero Tanús.

“No era un jugador compulsivo. Podía jugar por plata o por la vuelta de café. Los domingos a la tarde en la casa de mis abuelos se hacían siempre largas partidas de póquer. Mi viejo sólo disfrutaba del momento y de lo que significaba la reunión”.

La poca estabilidad familiar dependía exclusivamente de Yolanda, la esposa de Jorge. Ella fue la que consiguió un crédito y con eso compró una de las casas del barrio San Pedro y le permitió a su familia dejar de alquilar.

Jorge Tanús murió el 28 de febrero del ’94. Todavía lo recuerdan en Palmira. Su vida fue ejemplo de una época. Algunos dicen que fueron años más felices. Otros, creen que no.

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