sábado, 29 de agosto de 2015

"¡Veinticinco, mierda!"

(Foto: Horacio Rodríguez)

Noche de verano. El estadio Malvinas Argentinas está repleto. En la cancha se juega el clásico de los clásicos: Boca – River. Una pelota cae llovida al centro de área, a pedido de un delantero. Pero un 3 llega antes y, sin piedad ni vergüenza, la revolea lejos. En un extremo de la platea alguien grita “¡Veinticinco, mierda!”. Nadie entiende el grito, salvo uno, que está sentado 20 metros más allá y que ahora sabe que hay otro vecino de Philipps entre la multitud.

Queda en Junín. El pueblo adoptó el nombre de su estación de trenes y no tiene fecha precisa de fundación. Es la villa cabecera del distrito que también lleva ese nombre: “Philipps”, con una “L” y dos “P”, y no como la lamparita.

Allí está el glorioso Club Social y Deportivo 25 de Mayo, que supo ser animador de la Liga Rivadaviense y que el próximo 1º de Mayo cumplirá 80 años. De allí, de su pueblo y de su hinchada escasa, surgió ese grito futbolero de júbilo, de alivio y de aliento: “¡Veinticinco, mierda!”.

El grito nació del fútbol pero después se escapó de la cancha. Según cuenta el profesor y folclorista Roberto Mercado en su libro “Philipps, 100 años de un pueblo”, con la autoridad asignada por haber nacido y usado pañales en ese terruño, “este fue el grito de júbilo cuando el equipo salía a la cancha o cuando un defensor la rechazaba con mucha fuerza hacia arriba, cuando las papas quemaban. En este caso el grito era aún más fuerte”. Después se usó para expresar felicidad por cualquier motivo. A saber: “Me puse de novio con la Petisa”; o “me saqué la quiniela”; también “pasé de grado”; “mañana nos pagan”; “el viernes comemos un asado”, y así. Todo rematado con un fuerte, seco y contundente “¡Veinticinco, mierda!”.

Philipps tiene un karma: su nombre, por lo general, se escribe mal y se pronuncia peor.

En las notas periodísticas, los carteles viales, los planos y las documentaciones gubernamentales aparece escrito Phillips, Philips, Phillipps y hasta Philippips. Y se escucha pronunciado, en especial por los lugareños de mayor edad, como “Pili”, Pilipe” o “Fili”. A cualquier automovilista que acierte a pasar por la rotonda de Mundo Nuevo con dirección al Este y que se detenga para levantar solidariamente a cualquier peatón local que le haga dedo, le tocará escuchar la siguiente pregunta, que sonará como un acorde: “¿Va pa´ Pili, don?”.

El profesor Mercado se tomó el trabajo de establecer el porqué del nombre de su pueblo y cómo se escribe realmente. Así encontró algunos documentos importantes. “Según testimonios orales la zona era conocida como La Jarilla y también Mundo Nuevo”, dice. Así fue hasta que se construyó el ramal a Rivadavia del ferrocarril “Buenos Aires al Pacífico” y se ubicó una estación en la incipiente villa. Esas vías se habilitaron el 26 de Enero de 1908. Unos días antes, el 10 de enero, el representante legal del ramal, Emilio Lamarca, se dirigió al director general en el siguiente tono: “Es urgente fijar los nombres de las estaciones” y una semana después recibió la respuesta que aquella correspondiente a la villa llevaría el nombre de “Uriarte”. Sin embargo el 27 de febrero de ese mismo año el propio Lamarca hace notar a sus superiores que el nombre designado “tiene similitud con el nombre Irirte de nuestra línea principal de la División Buenos Aires, lo que dará lugar a confusiones y tropiezos, tanto para la correspondencia como para el giro de las cargas”. Así se modificó el nombre de la estación y se pasó a llamar Philipps, aunque ya en su designación estaba mal escrito, con una sola “P”.

Curiosamente este distrito de Junín nunca fue creado oficialmente, ni a nivel provincial ni municipal. Comenzó a llamarse así naturalmente, después de que se bautizara su estación. Y así quedó.

El nombre del poblado es en honor a un vizconde inglés. John Wynford Philipps, primer vizconde de St. Davids, nacido el 30 de mayo de 1860 y muerto el 28 de marzo de 1938, miembro del directorio del ferrocarril de ese tiempo. “Será grandemente extrañado por todos”, dijeron sus colegas el día que falleció.

El Club Social y Deportivo 25 de Mayo fue, y quizá sea todavía, la institución más emblemática del distrito. En su acta fundacional se establece que para ser socio se debe “tener ocupación honorable, medios de subsistencia y antecedentes morales”.

La primera camiseta fue a rayas verticales negra y roja y en el 37 o 38 pasó a ser totalmente roja, posiblemente por la dificultad que significaba conseguir o confeccionar aquella otra.

Dicen que fue un semillero de talentos y sus espasmódicos progresos se debieron a transferencias de algunos jugadores. El terreno de su cancha se compró con el dinero del pase de Héctor “Quito” Chacón a Argentino. En tanto el cierre perimetral fue construido con la plata que pagó Independiente Rivadavia por Oscar Chacón y Eliseo Maza.

Mercado cita en su libro que “el fútbol dejó de tener competencia oficial en la Liga Rivadaviense de Fútbol en 1978 cuando se fusionó con el Club Atlético Junín para la temporada ’79 “, y dice que hoy “solo queda una pequeña cancha de fútbol en un terreno de propiedad del Club Hogar Rural”.

Pero los “philippeños”, como se definen los lugareños, no han perdido el orgullo por la su tierra, esa que lleva el nombre de un vizconde que seguramente nunca la pisó. Y también se felicitan por la historia de su club.

Dicen que cierta vez don Lindermán Morán supo viajar a Buenos Aires para realizar unos trámites. Un día subió a un taxi en la ciudad de La Plata y a la pregunta del taxista sobre su origen, Morán contestó: “No es por compadriar, pero soy de Pili”.

Aquí concluye esta crónica, quizás insolvente, pero voluntariosa y esforzada. Como el rechazo impiadoso de un número 3. ¡Veinticinco, mierda!.

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