lunes, 29 de abril de 2013

El Milagroso, benefactor de los estudiantes mediocres





Por Enrique Pfaab

Ilustración: Diego Juri

Los estudiantes le llevan ofrendas. Es su santo. Dicen que les ayuda a aprobar los exámenes. Antes tenía más devotos, pero aún algunos conservan esa costumbre. Le dicen “El Milagroso” y una calle es indicada con ese nombre, pero nadie sabe bien quién fue y si existió realmente.
La leyenda es una sola, con mínimas variaciones y ha sido suficiente como para que por muchos años se le construyan criptas, se le pongan placas de agradecimiento y se le lleven flores al sitio en donde supuestamente murió aquel desconocido, al norte de la playa de maniobras de ferrocarril, en Palmira.
El tipo era un croto. Por eso se puede suponer que su llegada a Palmira tiene que haberse producido necesariamente después de 1920, cuando el entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires, José Camilo Crotto, promulgara el decreto 3/1920 que autorizaba a los peones rurales a viajar gratis en los trenes cargueros en busca de trabajo temporario. El beneficio fue aprovechado también por vagabundos y desengañados.
En esta última categoría se encasillaba este personaje, un hombre que tendría que andar por los treinta y pico y que tenía modales cuidados y buen hablar, aunque vestía andrajos como el resto de sus compañeros de desventuras.
Este cronista, atando versiones incomprobables pero reiteradas por muchos y algún que otro relato cierto, puede suponer que el hombre había sido universitario y que se había recibido de abogado o había llegado hasta ese umbral.
La leyenda dice que se había aquerenciado en Palmira por motivos imposibles de descifrar y que solía contar que había partido de su ciudad natal, posiblemente Buenos Aires, luego de que su novia lo engañó o se murió, que es casi lo mismo.
El hombre había abandonado la carrera de Derecho, en la que se había destacado, y había decidido vagar sin rumbo.
Vivía de changas, de cargar y descargar vagones y de arreglar el patiecito de alguna casa ubicada cerca de las estaciones donde había estado.
Como hospedaje, utilizaba algún furgón del ferrocarril y los obreros y guardianes hacían la vista gorda, ya que lo sabían buena persona. Además el desconocido no tenía empacho en compartir sus conocimientos y hablaba de historia, de política y por supuesto de Derecho con quien le preguntara sobre algunos de estos temas. Aún más: hay quienes aseguran que supo ayudar a algún estudiante en épocas de exámenes.
Pero la historia, como toda buena historia, no podía terminar bien. Una noche, mientras una patrulla policial hacían una batida entre los vagones para hacer salir a algún ladrón que supuestamente se había escondido en alguno de ellos, los uniformados se toparon de frente con una sobra y abrieron fuego. Era el letrado croto que cayó atravesado por las balas.
La leyenda asegura que esa muerte no quedó registrada en actuación policial alguna y que el cuerpo del desconocido fue enterrado a escondidas y en algún sitio ignorado. Sin embargo algunos aseguraron que el lugar en donde hoy se levantan las criptas es el punto exacto en donde se enterró aquel cadáver.
Dicen también que los primeros en llevarle algunas flores fueron aquellos estudiantes que el linyera había favorecido con sus enseñanzas. Luego otros comenzaron a hacerles promesas que el finado cumplía sin esfuerzo. Entonces a las promesas se sumaron los agradecimientos y, como nadie sabía cuál había sido su nombre, lo llamaron El Milagroso.
Hay una versión mucho más cercana y cierta sobre un personaje casi idéntico. Era un croto que también tenía una gran cultura y un desengaño del mismo tamaño que llegó a Palmira alrededor de 1965. Este hombre supo frecuentar el bar de Ricardo Tufic Kairúz, cuyo edificio todavía está pegado a las vías del tren. Allí entablaba largas charlas con Tufic y su hermana Mercedes, a quien todos conocían por Faride y que era docente. En esa mesa se discutía larga y sabiondamente, especialmente sobre historia. Sin embargo este desconocido no fue muerto por la policía, sino que un buen día desapareció tan misteriosamente como había llegado, según el relato de un hijo del Tufic y Faride.
El Milagroso no es la única alma que le hace favores a los estudiantes. Hay otros en distintos puntos del país. Pero en la zona es el único y todavía su poder es casi infalible.
Hay otros santos populares parecidos. Algunos hacen milagros muy modestos y a los que se puede invocar sin tener que hacerle ninguna ofrenda. Hay alguno que evita quedarse sin combustible en medio de la ruta. Existe otro que permite llegar hasta un baño en casos de urgencia. Está el que otorga el don de la sobriedad, por más que el devoto beba como una esponja y algunos dicen que hay un modesto santito que ofrece el don de la memoria eterna. Pero a ese ya casi nadie lo recuerda.      

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