miércoles, 24 de abril de 2013

La pelea entre el oso y el Porrón



Por Enrique Pfaab
Ilustración: Marcelo Marchese
Llegó una mañana. Junín se despertó con el olor del aserrín, el ajetreo de los tramoyistas, de los obreros y la inquietud de los animales, que por esos años todavía eran vistos como un atractivo indispensable en todo circo que quisiera tener algo de éxito.
La carpa se levantó cerca de la rotonda, donde hoy está el barrio Ciudad de Junín y que en esos años ’70 era sólo tierra baldía. Mientras allí trabajaban intensamente, una propaladora recorría las calles anunciando las próximas funciones y los principales atractivos del espectáculo.
La gran estrella era Bombo, un enorme oso pardo que era presentado como un gran luchador, que se ofrecía como rival de todo aquel vecino que se animara a enfrentarlo. Tentaban a los valientes con una importante bolsa de dinero para quien lograra vencerlo.
El circo, cuyo nombre ya nadie recuerda en la zona, había dado exitosas funciones en Rivadavia y las quería repetir en la vecina Junín.
La primera noche la carpa estaba al 70% de su capacidad. Había familias completas de la ciudad y también de La Colonia, Barriales, Medrano, Giagnoni, y hasta de San Martín.
Acróbatas, payasos, algún mago, contorsionistas y lanzallamas, un par de elefantes, tres monos, una mujer barbuda, un tigre y su domador fueron la atracción de la noche. Pero el número central, el plato fuerte era Bombo. Con un bozal y las garras metidas en una especie de manoplas de cuero, el oso fue paseado por la pista, mientras el maestro de ceremonias anunciaba una primera lucha con el hombre forzudo del circo y alentaba a los presentes a postularse para los siguientes enfrentamientos.
Ofrecía, entre grandes ademanes y con un florido lenguaje una importante cifra de pesos ley 18.188, equivalentes hoy a unos $1.000: “¡A quien venza a este hermoso y temible ejemplar traído directamente desde la cordillera cantábrica!”.
A Junín ya había llegado el rumor de lo que había ocurrido en Rivadavia con la lucha del oso. Allí no había habido nadie que lo hubiera podido vencer. Ni siquiera el enorme “loco de los tarros”, como le apodaban a un robusto jornalero que había sido el mayor crédito vecinal. La primera noche sólo dos hombres se atrevieron a pararse y meterse en la pista, más azuzados por sus amigos que convencidos de su fortaleza. Los dos les dieron infructuosos empujones a Bombo, mientras la bestia los miraba sorprendida y apenas atinaba a correrlos como si espantara alguna mosca. Los gritos de la multitud alentaban inútilmente a los enjundiosos gladiadores que apenas le llegaban a la barriga al oso, que era obligado por el domador a mantenerse erguido en dos patas.
Esa y las dos noches siguientes el circo tuvo buena concurrencia, pero la carpa nunca se llenó. Bombo continuó invicto y aburrido. Recién en la cuarta ocurrió lo que los dueños del espectáculo esperaban. Cuando el maestro de ceremonias comenzó a alentar a los presentes para que se postularan como luchadores desde una de las últimas filas se paró Roberto Ajillo Olivares, a quien todos conocían como el Porrón, un noble obrero de 1,90 de altura, de unos 140 kilos, morocho y silencioso.
“Era la única persona capaz de cargar tres cajones de duraznos de una sola vez”, recordó hace unos días el memorioso Avelino, subrayando que cada cajón no pesa menos de 23 kilos.
Fueron tres empujones bien puestos. Con convicción. Sin gastar energías en fingir conocimientos de lucha. Bombo, quizá sorprendido por el impulso, perdió el equilibrio y cayó sobre un costado. Se recuperó al instante, pero fue suficiente para que el público estallara en una ovación y convalidara el triunfo del Porrón.
Roberto Olivares salió llevado dificultosamente en andas por la multitud, en medio de una lluvia de papel picado, serpentinas y una marcha triunfal desafinada, interpretada dificultosamente por los tres músicos estables de la troupe.
Ya nadie recuerda en Junín si al valiente se le pagó la recompensa prometida. Lo que nadie olvida es que a los dos días la gente del circo sacó a pasear al oso sobre un carro y por la propaladora se exigía la revancha, que se concretó a la noche siguiente.
Esa vez Porrón no pudo con Bombo, ante una carpa repleta, pero sí logró tumbarlo nuevamente dos noches más tarde.
La proeza del labrador había envalentonado a muchos y peleara o no el Porrón, la taquilla se agotaba día tras día.
Después de dos semanas el circo levantó sus instalaciones y se fue. Los juninenses dicen que el forzudo local ganó más combates de los que perdió, aunque es una estadística difícil de corroborar. Incluso aseguran que el circo quiso organizar una lucha entre el Porrón y el loco de los tarros, pero la contienda no pudo concretarse, pese a que algunos aseguran haberla visto.
Roberto Ajillo Olivares falleció hace unos dos años, a los 71 años. Todos lo recuerdan como el hombre que venció a Bombo. El circo nunca regresó.

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