viernes, 26 de abril de 2013

Disc jockey, canillita y abogado



Por Enrique Pfaab


Dice que la sociedad actual trata de esconder y deshacerse de aquellas cosas para las cuales no tiene respuesta. Entonces las cárceles están llenas de pobres y las acequias de basura. El hombre sabe bien de lo que habla. Es abogado y dedica su tiempo libre a juntar los desperdicios que otros arrojaron en cualquier lado.
Hace cuatro años Oscar Sívori decidió salir a juntar basura. Ahora ya son cuarenta las personas que siguen su ejemplo y conforman un grupo al que llaman “Ciudadanos Anti Plástico”.
“Lo empecé a hacer como un ejercicio espiritual. Salir a juntar basura era una forma también de acomodar cosas adentro mío”, dice. En San Martín su nombre de pila casi se ha perdido y todos lo llaman “Negro” y algunos todavía recuerdan su época de joven cuando era disc jockey y trabajaba en una FM y lo llamaban “Black”.  Ahora, dos décadas después, es uno de los abogados penalistas más conocidos de la zona Este, presente que logró gracias a que se pagó los estudios en Santa Fé trabajando de lavacopas, vendiendo diarios y recibiendo una modesta ayuda de su madre, quien era trabajadora rural.
“Salir a juntar basura es también vencer un montón de prejuicios. La basura es ligada a la pobreza y, en realidad, no es así”, sostiene hoy, cuando su particular forma de trabajar por la comunidad es acompañada por un grupo conformado curiosamente por profesionales.
Sívori no lo es un ecologista. “No creo en los que hablan de la ecología, de Derecho... Creo en las personas que hacen, en las que construyen desde adentro. Porque tenés que trabajar en vos para poder modificar el afuera”.
El Negro salió solo una tarde de hace cuatro años e hizo el trabajo de cirujas y cartoneros, pero con una diferencia: Embolsaba la mugre y la dejaba lista para ser llevada al vertedero municipal. “Noté que la gente me miraba asombrada. No podía entender muy bien cómo alguien venía a juntar aquello que otros habían tirado, sin ánimo de sacar provecho de eso”.
En algún momento compartió esos descubrimientos con su esposa María Laura, quien decidió acompañarlo. “Así empezó. Después comenzamos a convocar por las redes sociales y ahora viene gente hasta de Godoy Cruz”.
El primer lugar de limpieza elegido fue la plaza del barrio Córdoba. “Elegí ese lugar porque noté que allí se daba una gran contradicción: las personas que iban a correr y hacer ejercicios para cuidar su cuerpo, tiraban las botellitas de agua mineral en la cuneta”. Ese fue el primer día. Hoy esta brigada voluntaria tiene entre sus logros haber construido con botellas de plástico un árbol navideño en pleno paseo céntrico de San Martín. “Después todas esas botellas las vendimos y recaudamos $600, con los que compramos cuadernos y lápices para una escuela de la zona”, cuenta Sívori.
Para el abogado ser buen ciudadano “no es solo pagar los impuestos y esperar a que el Estado resuelva todas nuestras necesidades. Las acequias se llenan de basura porque nosotros la tiramos allí, esperando que después la Municipalidad las limpie”, y agrega: “Si uno cambia en su interior, si cambia sus costumbres, puede generar un cambio en su entorno. Yo estoy convencido que si esto se generaliza el mundo puede cambiar y ser un lugar mejor para vivir”.
De tanto andar juntando lo que otros tiran Sívori confirmó algunas cosas que ya sospechaba. “Este problema trasvasa todas las clases sociales y no tiene ninguna relación con la pobreza. Aún más: ensucia más la clase alta, porque tiene mayor poder adquisitivo y genera más residuos”.
Oscar Sívori define esta actividad como “un acto de protesta, no como un acto ecológico. Queremos generar conciencia. Que aquel que tira nos vea juntar e inducirlo a un cambio de conducta y que cada uno se termine haciendo cargo de su basura”.

No es un estatus

Nació en abril del 68 en Lomas de Zamora del vientre de una madre mendocina y sanmartiniana,  Eufemia María Álvarez, a quien todos llaman Porota. “Mis padres se separaron por el 72 o 73 y mi madre y yo nos vinimos a Montecaseros”. Su padre tiene otros 8 hijos y Oscar Sívori los llama hermanos, pese a que no se crió junto a ellos pero con los que luego estrechó lazos.
Porota, que el viernes pasado cumplió 83 años, era obrera rural y trabajaba para la firma de la familia Profili, Montecaseros S.A. La infancia de Oscar fue la de un niño criado entre vides y estrechez económica. Fue a la escuela primara en Montecaseros y el secundario lo hizo en el Comercial, de San Martín.
“Yo no quería ser abogado, quería ser abogado pero cuando me fui a anotar las inscripciones ya habían cerrado”. Era el 86. “Entre a trabajar como cajero en Multicrédito  y en el 88 me inscribí en abogacía en la UnCuyo, cuadno todavía la facultad estaba en la calle San Martín. Hice 1 año. Después la facultad se trasladó al Parque y se me hacía muy difícil viajar desde Montecaseros hasta allí. Entonces abandoné y empecé a trabajar en Radio Merlín. Me fue muy bien. Además comencé a trabajar como disc jockey en un boliche muy conocido”.
A “Black” Sívori le iba muy bien, pero “me di cuenta que eso no lo iba a poder hacer toda la vida. Entonces, con 26 años, me fui a Santa Fé a continuar la carrera de Derecho, incentivado por algunos amigos que ya estaban allá”. Le habían prometido un trabajo en una radio, pero cuando llegó allá esa promesa no se concretó. “Terminé de lavacopas en un boliche. Pasé de ser disc jockey al puesto más bajo de una discoteca”. Mientras estudiaba el carácter y las ganas del “Negro” hizo que terminara siendo, con el paso de los meses, jefe de barra del mismo boliche. Pero el ritmo de vida era enloquecedor. De noche el trabajo y de día la facultad. Entonces cambié. Un viejito que me vendía diarios me ofreció ser canillita. De 9 a 11 de la mañana me paraba en un semáforo y vendía los diarios de Buenos Aires y ganaba la misma plata que en el boliche”.
Sívori se recibió de abogado en marzo de 2000. Justo cinco años después de su llegada a Santa Fé. Además de los diarios en los últimos años había hecho un dinero extra vendiéndole monografías de Derecho a los estudiantes que debían presentar la tesis. “Mi madre me había, durante toda mi carrera me ayudaba mandándome $100 y el alquiler me salía $150. Cuando la llamé para decirle que me había recibido, me dijo: “Que suerte, porque ha caído mucha piedra y este año no te iba a poder ayudar”.
Después, con un Citröen 2 CV sin papeles, comenzó a trabajar de defensor Ad Hoc, hasta que consiguió establecerse.
En la facultad fue un militante activo de izquierda, pero en el fondo es un anarquista y subraya que así “cada cual se debe hacerse responsable de sus actos”.
Dice que ser abogado es un trabajo y no un status. Que el sistema represivo del Estado no atiende los problemas de fondo y por eso las cárceles están llenas de pobres. Que se intenta ocultar los problemas. Que no se sabe qué hacer con la basura.  “Nadie se quiere hacer cargo de esas cosas. Yo empecé juntando botellas”

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