miércoles, 24 de abril de 2013

"Yo le gané a Nicolino Locche"



Por Enrique Pfaab
Son recortes mínimos. Un párrafo. Y allí una breve oración en donde se lo menciona como al pasar. Diarios de los ´50 que ya no existen. Decían que Mario Espinoza era una “gran promesa”. Ahora tiene 75 años y sabe que pudo ser campeón del mundo, pero solo fue un sargento de policía.
Fue una noche cálida de jueves, típica del preludio del verano. 15 de diciembre de 1955. En las viejas instalaciones del Atlético Club San Martín del barrio La Rana estaba casi todo el pueblo. El anuncio de una “nueva presentación del Pibe de Oro” Raúl Vargas, en pelea a 10 rounds con el crédito cordobés Rafael López, había logrado captar la atención. La velada estaba organizada por el Mocoroa Boxing Club.
Como pelea de semifondo a 5 rounds se medían dos muchachos de 17 y 16 años de categoría Pluma que comenzaban sus carreras. El afiche anunciaba que uno se había “consagrado en Chile” y que el otro era “campeón mendocino”. Mario Espinoza y Nicolino Felipe Locche.
Cincuenta y seis años después Mario está sentado en la mesa de un bar. Su voz retumba. El salón es enorme y está casi vacío. Las paredes están repletas de trofeos. Allá hay dos muchachos jugando al ajedrez. De aquel lado tres ancianos beben cerveza y se dan la razón entre si. Y mínimos recortes amarillentos. Y tres fotos ajadas. En una se ve a dos pugilistas en el medio del ring. El que está de espalda lanza un cross de izquierda. El que está de frente bloquea el golpe con el brazo derecho y el guante tapa su rostro. A ninguno se le ve la cara. “El Abel Negri sacó esta foto. En ninguna de las que sacó esa noche se me ve de frente”, rezonga don Mario.
Tampoco hay imágenes del tercer round, cuando Espinoza lanzó un golpe directo que pegó en el mentón de Locche y lo hizo caer. Le contaron hasta 9. Hoy hubiera sido nocaut. Ese noche del 55 el combate siguió y Espinoza ganó por puntos. “Cuando terminó la pelea don Paco Bermúdez le fue a protestar al referí, que era Ángel Bustos. Decía que Locche se había resfalado (sic). Pero no. ¡Se cayó porque yo le pegué!”.
Mario también, en algún momento, fue pupilo de don Paco y viajó a Chile con Nicolino cuando los dos eran adolescentes. “Locche era un tiro al aire. Fue lo que fue gracias a don Paco. Me acuerdo que una vez se escapó por una enredadera del hotel. Al otro día no aparecía y tenía que pelear esa noche. Lo salimos a buscar y terminamos haciendo la denuncia en la policía. Lo encontraron con una mina. Tenía 17 años. En ese viaje iba con nosotros un señor que tenía dos hijas mellizas que tocaban el acordeón. Locche se ponía a bailar el charleston en la plaza y pasaba la gorra. Con esa plata comíamos”.
La voz de don Mario retumba en las paredes del bar. Su vida de pibe fue difícil. Eran un puñado de hermanos y una madre sufrida que vivían en una piecita alquilada en la calle Thomas Tomas. Él era el mayor de los varones. “Yo lustraba zapatos y vendía diarios. Al mediodía servía las mesas en un restaurante que había en la calle Balcarse y me deban la comida para mi familia. Además aprendía el oficio de chapista”.
Tenía 13 cuando empezó a boxear. Pesaba escasos 40 kilos. Hizo 80 peleas, todas como amateur. Y una vez se animó a tratar de conocer en Buenos Aires. “Héctor Vaccari, el manager de Horacio Accavallo, me llevó a Chivilcoy”. Un telegrama de esa época, remitido por Vaccari para la madre de Mario Espinoza, dice: “Estimada señora: Le escribo para darle la noticia de que Mario ganó por nocaut en el primer round. Tiene una hinchada fantástica y está muy contento. Mañana lo llevo para que conozca Buenos Aires”.
El Intocable ya era profesional y el sanmartiniano seguía siendo amateur. “Un día lo vi a Locche caminando por la calle Bouchard. No me dio ni pelota”, recuerda. Sonríe.
Un par de amigos de Mario se suman a la mesa y tratan de ordenarle sus recuerdos, que llegan desbocados.
“Después conseguí un trabajito. Tenía que ayudar a mi madre. Y me dejé estar”. Unos meses después volvió a Mendoza y entró a la policía. Era plata segura. Hizo algún intento de regresar al boxeo, pero ya era tarde. Había hecho más de 80 peleas y nunca ganó un centavo.
“Me retiré hace 30 años de la policía, como sargento ayudante. Después trabajé de chapista”.
A Nicolino Locche lo cruzó por última vez en 2002. “Me reconoció. Me dijo: ¿Cómo andás, Marito?”, y después no lo vio más.
Los recortes están desparramados en la mesa del bar. Tienen frases pequeñas. “Si. Creo que yo hubiera podido ser campeón del mundo. Tenía buena técnica”.
El Intocable murió el 7 de septiembre de 2005 en su casa de Las Heras. “Había nacido con un don especial” dice Mario Espinoza, mientras comienza a guardar los recortes en un sobre. Su voz retumba dentro del bar. Sonríe. Se lo ve un hombre feliz, como alguien que ha cumplido el mandato de su conciencia.
La muerte es solo una farsa. Solo el olvido es capaz de certificarla. Mario Espinoza le ha lanzado un cross al mentón. El golpe fue seco. Casi se lo pudo escuchar. Y a la parca le han contado hasta 10.

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