lunes, 22 de abril de 2013

El Ánima Parada

Texto: Enrique Pfaab

Carlos Roberto Di Fabio quería ganarse la lotería. ¡Quién no! Para tener más chances decidió hacerle una promesa a una figura mítica de Rivadavia, su pueblo natal. Eran los principios de 1960 y el Ánima Parada tenía miles de devotos en la zona, pese a que la fe popular era combatida fervorosamente por el párroco local. Sin embargo, desde hacía años atendía los ruegos que se le hacían, desde los más mundanos a los más trascendentales. Dicen que sanó enfermos, ayudó a rendir exámenes, promovió el bienestar económico y conformó parejas.
El Ánima Parada no es otro que el espíritu de Diógenes Recuero, quien de vivo y de muerto enriqueció la historia de su tierra.
Nació el 6 de marzo de 1861, y los 42 años que estuvo en este mundo fueron intensos y convulsionados. De familia de buen pasar, Recuero integró la selecta cofradía de los primeros aviadores y llegó a trabar amistad con Roland Garros, pionero de la aviación francesa. Dicen que su billetera, sus actividades, su porte y buen vestir le dieron fama de galán, principalmente cuando vivió en Buenos Aires. Pese a ello, regresó a Rivadavia para casarse con una joven viuda y tener seis hijos con ella.
Sus relaciones personales y familiares lo llevaron a la política. Integró la Honoraria Corporación, hoy Concejo Deliberante, durante varios años y llegó a ser presidente municipal, lo que sería en la actualidad el cargo de intendente, entre los años 1897 y 1901.
La batalla más dura en su vida como funcionario la libró en 1906, apenas cinco meses antes de su muerte y cuando era concejal. Siendo él radical, se enfrentó duramente con los liberales, quienes pretendían imponer el nombre de Bartolomé Mitre, recientemente fallecido, a la calle San Isidro, una de las principales del pueblo. Evidentemente la lucha la ganó Recuero, ya que esa arteria todavía lleva el nombre del santo.
Esa pelea en contra de las familias más poderosas de la zona, sumada a una crisis depresiva por la muerte temprana de su sexto hijo, mermó sus energías, y el 30 de junio de ese año murió sorpresivamente, siendo todavía un hombre joven, por una “parálisis cardíaca”, según certificó el doctor Pascual Cantarella.
El fallecimiento de Recuero generó tantas dudas como hipótesis, que fueron desde la más terrible a la más vil: suicidio; envenenamiento por codicia o venganza; sífilis. Todo fue creído, desmentido y vuelto a creer.
El cuerpo del difunto recibió sepultura en el cementerio de la calle Brandsen, donde actualmente está el anfiteatro municipal.
Diógenes Recuero tuvo hasta 1914 el destino tradicional de cualquier muerto: mucho silencio y ninguna actividad. Sin embargo, ese año la municipalidad dispuso que todos los difuntos de ese cementerio sean trasladados a uno nuevo.
Nadie se preocupó en ese momento por el cuerpo de Recuero, pese a haber sido un hombre ilustre, popular y con familia.
Lo cierto es que debieron ser los empleados municipales los encargados de desenterrar el féretro y abrirlo para tirar sus huesos en el “reprofundo”, como llaman los sepultureros a la fosa común. Allí comenzó el mito.
Cuando los obreros abrieron el cajón el cuerpo estaba intacto, su vestimenta impecable y el peinado como en sus mejores épocas de galán. Parecía que hubiera fallecido el día anterior y no 8 años antes. Los racionales atribuyeron este fenómeno al veneno o a los medicamentos suministrados a Recuero. En cambio, los sensibles hicieron correr el rumor rápidamente.
Pero lo más increíble comenzó a producirse a partir de allí. Cuando el cadáver de Recuero fue tirado a la fosa y cayó parado. Los trabajadores debieron obedecer la orden de bajar y acomodarlo horizontalmente, pero fue en vano: a la mañana siguiente el cuerpo apareció nuevamente erguido. Esto se repitió varios días, y ya al segundo aparecieron las primeras velas y flores junto al foso.
En el cementerio y por consejo de la Iglesia el cuerpo comenzó a ser mudado de lugar y ubicado en sitios ignotos. Sin embargo, todas las mañanas un ramo de flores y una vela señalaban el nuevo domicilio del difunto. A esa altura, Diógenes Recuero ya tenía sus primeros fieles y estos se multiplicaron rápidamente cuando hizo su primer milagro, sanando al hijo de una mujer desesperada. Ya era el Ánima Parada, y para disgusto del cura párroco su fama se extendió por todo el Este y llegó a ser mencionado en el resto de Cuyo.
Fue por 1963 cuando Carlos Roberto Di Fabio apareció por el cementerio con sus ansias de ganarse la lotería. El devoto le prometió al Ánima Parada que le construiría un mausoleo como Dios manda si le cumplía ese deseo. El 31 de octubre de ese año Di Fabio hizo levantar una magnífica bóveda de mármol negro con un mínimo porcentaje del premio mayor de la Lotería de Mendoza. Después regresó a San Rafael, en donde se había radicado hacía un tiempo. Gracias al pago de la promesa el Ánima Parada dejo de vagar por las seis manzanas del camposanto y pudo descansar en paz.
Hoy todavía Diógenes Recuero tiene sus fieles, aunque son muchos menos que en sus años más gloriosos. Le dejan ofrendas de todo tipo, de acuerdo al pedido: desde vestidos de novia hasta carpetas de estudio, pasando por chapas patentes de autos, juguetes y placas de bronce.
A esta altura usted debe saber que este texto también es milagroso. A la mujer le otorga la belleza perfecta y al hombre la virilidad eterna. El único inconveniente es que su poder es imperfecto, tal como la crónica que lo contiene, y su efecto se desvanece con la lectura de esta última palabra.

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