miércoles, 24 de abril de 2013

Mustafá Tafito:el boxeador ignorado, el famoso sparring


Texto: Enrique Pfaab

Foto: Diario Los Andes

Si no le hubieran dado un laxante para bajar 4 kilos y pelear en la categoría inferior. Si a mediados de los ´50 la revista El Gráfico no hubiera confundido su apodo con su apellido y no lo hubiera catalogado como un “ilustre desconocido”. Si no tuviera miedo a los aviones. Si sus “profesores”, como dice él, no lo hubieran engañado siempre con la plata que debía cobrar. Si todo hubiera sido distinto quizá Sebastián Mustafá Asmar, más conocido como Tafito, hubiera sido una de las glorias del boxeo nacional. Pero todo fue así y entonces fue durante 60 años un querido colchonero de San Martín. Los 260 combates quedaron solo en su recuerdo y en el de aquellos que lo aprecian.
Tal vez el destino esté escrito desde siempre, como dicen. Posiblemente un hombre humilde y honesto deba cumplir solo con la noble y sencilla misión de sembrar un pequeño ejemplo para que el mundo se mantenga en equilibrio. Quizá todo dependa de como cada cual defina su encrucijada, sus encrucijadas, esas que resolverán su vida irremediablemente. Quizá este hombre de 86 años, que pasó los últimos 55 haciendo colchones, hubiera podido ser uno de los boxeadores más grandes del país si su padre no hubiera comenzado a condicionar su destino aún antes de que él naciera.
Salvador Asmar llegó a Mendoza a principios del siglo XX, Venía del Medio Oriente. Se afincó en el Este y junto con él llegaron otros dos apellidos árabes: Llaver y Morcos.
Salvador era ya un hombre grande. Sus descendientes locales suponen que en Arabia dejó esposa e hijos, alguno de los cuales se debe haber llamado Tafito. “Por eso me puso ese apodo”, imagina Sebastián Mustafá Asmar quien tiene solo recuerdos infantiles de su padre, que murió dejando una viuda argentina y cinco hijos chicos. “Yo soy el del medio y el único que sigue vivo”, dice.
El apodo Tafito fue tan poderoso que anuló su apellido y en San Martín muchos conocen a Mustafá Tafito pero nadie sabe indicar donde vive Sebastián Asmar, datos que solo han sido útiles en trámites administrativos y que generaron siempre confusión y desconcierto. “Una vez hice una pelea acá con Rubén Dávila, un sanjuanino que estaba muy bien ubicado en el ránking argentino. Le gané muy bien. Me acuerdo que en la revista El Gráfico salió: Dávila perdió con Tafito, un desconocido”. Es que en Buenos Aires al sanmartiniano lo conocían por su apellido real y lo tenían bien ubicado, después de 230 peleas como amateur, casi 30 como profesional y varios combates de semi fondo en el Luna Park.
Fue sparring del Mono Gatica y Pascual Pérez. “Con Pascualito fuimos muy compañeros y el Mono solía pedirle a mi profesor: “Che, prestame el pibe”. Nos estrenábamos juntos los dos. El me pegaba fuerte y yo le daba con todo. Pero éramos amigazos”.
Sin embargo los últimos recuerdos que tiene Tafito de estos dos hombres son agrios, aunque él no parece sufrirlos. “El Mono vino un día a pelear a Mendoza. Paró en una bomba de nafta de San Martín. Iba en un auto con tres mujeres. Yo no lo alcancé a ver”, dice.
También su memoria guarda el día en que Pascual Pérez regresaba a la provincia después de consagrarse campeón mundial en Tokio ante Yoshio Shirai el 26 de noviembre de 1954. “Venía en tren y yo fui a la estación, pero había tanta gente que no lo alcancé a ver”.
Mientras su padre Salvador vendía chucherías en un carrito, después se montaba un almacén y compraba el primer colectivo que iba a transitar las calles de San Martín, él comenzaba a boxear en el precario ring de un baldío, cuando tenía apenas 12 años. Después vinieron 230 peleas como amateur por todo el país, “no como ahora, que hacen 10 y ya pelean por el campeonato mundial sin salir de la provincia”.
Cuando estaba haciendo el servicio militar en la Marina, en Puerto Belgrano, le tocaron las eliminatorias para los Juegos Olímpicos de Londres. Le tocó combatir con otro mendocino, Cirilo Gil. “Fue una pelea pareja, pero me la dieron por perdida. Después a Cirilo lo operaron de apendicitis y finalmente no fue nadie a las olimpíadas en esa categoría”, se lamenta.
Mustafá Tafito (hay que aceptar que así debe llamársele) vive en una sencilla casa del barrio Jardín. Su voz devela su edad, pero su estado físico es envidiable. “Camino todas las mañanas y antes de acostarme hago gimnasia. Mi médico, cada vez que me ve, me dice: No se para que venís si estás mejor que yo”. Si por el fuera seguiría fabricando colchones “de esos que duran 20 años”, pero su hija Norma no lo deja. “Hace un tiempo se agarró una pulmonía y estuvo internado 15 días. Entonces le prohibimos seguir trabajando”, dice la mujer, que conserva toda la fisonomía de sus ancestros árabes.
Los vecinos dicen: “¿Tafito? Vive ahí, pero es difícil que lo encuentre porque siempre está en la calle haciendo cosas”. Pero ahora, en esta noche de viento Zonda, está sentado en la mesa de la cocina, en donde desparrama algunas fotos, una caja con veinte medallas y varios diplomas de reconocimiento. “En algún lado de la casa hay una valija llena de recortes y también está la bata que usaba. Los guantes, las botas y el pantalón los presté y no me los devolvieron más”.
Y recuerda: “Un día llegué al Luna y me encontré al Mono Gatica sentado, con los pies arriba de un escritorio y fumando un habano. “Nene, nunca hagas lo que hago yo”, me dijo. A él lo quería mucho el general Perón y por eso pudo ir a Estados Unidos y conseguir una pelea con el campeón del Mundo. Recibió una paliza y al pobre lo noquearon en el primer round. Perón casi lo mata cuando volvió”. Tafito hace mención a la incursión que hizo José María Gatica en el Madison Square Garden de Nueva York en 1951, cuando peleó con el gran Ike Williams. En ese combate el cinturón de campeón mundial no estaba en juego. No hacia falta.
Tafito repasa: Yo era pluma. Una vez peleé con Ubaldino López, que un mes antes había empatado con Alfredo Prada, campeón argentino. Tuve que subir de peso y le gané muy bien. Como la pelea había sido acá, en Mendoza, en las notas periodísticas me nombraron como Mustafá Tafito y en Buenos Aires me conocían como Sebastián Mustafá Asmar. Entonces El Gráfico dijo que López había perdido con un desconocido”.
Su última pelea fue en el Luna Park. “Yo pesaba 58 y me hicieron bajar a 54 para pelear con el campeón argentino. No aguanté, estaba demasiado débil y perdí. Después me volví a Mendoza”.
Don Mustafá tiene nietos. Ellos le cuentan a sus algunos compañeros que su abuelo fue un gran boxeador. “Pero no les creen. Para ellos yo soy el colchonero”. Es que, por más que pese, el destino parece estar escrito...injustamente. 


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