martes, 25 de agosto de 2015

Los otros gigoló



Da lo mismo qué fue primero, si el huevo o la gallina, pero es un hecho que una cosa tiene relación directa con la otra, es su esencia, y al revés. Un hombre hace a su oficio y el oficio hace al hombre. Y viceversa infinitas veces.

Ejemplos. Para que nadie diga que alguien se quiere lavar las manos, comencemos con el de periodista. Este es un tipo (o tipa) que escribe o habla de todo como si supiera, aunque sea plenamente consciente de que recién se acaba enterar de lo superficial y que seguramente logrará transmitir la mitad de lo poco que le han explicado. Y su superior, el secretario de redacción, tendrá necesariamente que ser un fulano malhumorado, disconforme eterno y al que sus subordinados sólo le encontrarán alguna virtud cuando se jubile y esté plenamente asegurado que no regresará.

Un taxista deberá ser siempre un crítico de todo, tendrá incontinencia verbal que se agudizará a medida que avance la tarde y pedirá pena de muerte ¡ya! para la mitad de la población, en la que no está incluido ni él ni su eventual pasajero.

Para ser carpintero hay que saber, incluso antes de saber usar el formón, que todos los trabajos deben entregarse con tres meses de retraso como mínimo y que a cualquier cliente lo primero que hay que decirle es: “Estoy muy ocupado”.

Los médicos y dentistas, además de saber curar, nunca deben olvidar que todos sus pacientes deben ser atendidos 40 minutos después del horario del turno. Un jardinero tiene que saber hacer sentir culpable al dueño de casa cuando se secan las plantas. El albañil debe ser desordenado, tiene que escuchar cumbia a todo volumen y debe saber dejar siempre trabajos inconclusos. Un plomero, para ser buen plomero, tiene que dejar plantada al ama de casa al menos toda una mañana, mientras el agua le llega a las rodillas. Una docente debe hablar a los gritos y dar discursos aburridísimos. Lo primero que debe aprender un policía es decir “¡documentos!” con el suficiente énfasis. Un experto en informática no le debe dar bola a nadie y cuando habla debe dar explicaciones inentendibles e inútiles. Los fotógrafos asumen posiciones de contorsionista, por más que estén sacando una foto carnet. Y el sodero…

El sodero tiene un oficio interesante. Además de llevar y traer sifones y contentar a las vecinas insatisfechas, debe llevar y traer chismes con el mismo empeño. Por desgracia, algunos todavía no entienden que cada hombre que ejerce un oficio tiene necesariamente que cumplir con el resto de las exigencias.

Esta incomprensión llegó hace unos días a una de las paredes de una sodería del departamento de San Martín. Muy “civilizadamente”, aunque con algunos despistes ortográficos, reprocharon la obligada atención que ponen los soderos en la vida de sus clientes y su dedicación por transmitir al resto de su clientela aquello de lo que se han enterado.

“Los muros hablan, siempre hablan”, me recordaba una amiga hace unos días. Tiene razón. Lo que no se espera de ellos es que griten.

Este episodio me trajo a la memoria un caso ocurrido hace ya unos cuantos años. Un sodero, a quien llamaremos "Carlos" (porque es sabido que no hay lugar en donde no haya un Carlos, aunque sí puede faltar un Juan, un José o un Luis), conoció a una bella vecina de 30 años, casada con un camionero. El marido estaba semanas completas ausente de su casa y, como corresponde, Carlos se convirtió en amante de su clienta. Día por medio el fiel empleado entregaba sifones y calma en ese hogar. Cierto día el camionero se enteró de lo que ocurría durante su ausencia gracias a los comentarios que le hizo un compañero infiel de Carlos. La cosa no terminó ahí.

Los amantes terminaron formalizando una pareja meses después y convivieron durante unos cuantos años, hasta el día en que la mujer lo cambió por un vendedor de quiniela con el que huyó al amanecer. Esa noche salió el 79 a la cabeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario