Creo que fue (más o menos) en el 85. Don Tito era un hijo de
polacos, más polaco que argentino. Vivía en algún lado de la zona norte del
Gran Buenos Aires. Se tomaba el tren Retiro / Tigre. Creo que se bajaba en alguna
estación de la mitad de recorrido, que bien podría ser Acassuso, quizás
Martínez.
Era el encargado diurno de un lugar concheto de Recoleta de
la calle Quintana, que en una vereda tenía un restaurante, en el subsuelo un
boliche y en la vereda de enfrente una especie de pub exclusivo, en donde van
los que tienen plata a gastar su plata. La empresa tenía ese lugar y otro igual
en Punta del Este.
Don Tito era una especie de capataz que le ordenaba a los
peones de maestranza y de mantenimiento lo que debían hacer, para acondicionar ese
complejo, que solo abría de noche.
En ese tiempo Don Tito debe haber tenido entre 55 y 60 años,
pero parecía más grande. Tenía un poco de sobrepeso y su salud era inestable.
Tenía problemas de presión y esas cosas y tomaba varias pastillas.
Era un tipo bueno. Era amable, muy atento a lo que decían
sus patrones y, como la mayoría de los voluntariosos incondicionales, solía
cometer el pecado de los chupamedias y los delatores. Pero, aún así y con su “tropa”,
intentaba que nadie perdiera el trabajo.
Un mozo que trabajaba allí por la noche, me recomendó para
cubrir un puesto vacante en mantenimiento. Así conocí a Tito.
Nunca fui un técnico ni nada, pero siempre he tenido la
virtud de encontrar formas prácticas para resolver problemas complejos y esa
fue lo único que me permitía hacer mi trabajo con cierta dignidad.
No éramos un grupo grande de trabajadores. No más de 15. La
mayoría eran paraguayos y peruanos. Buena gente. Pero ninguno quería a Don
Tito. Para todos era el jefe y, como corresponde, al jefe había que odiarlo.
A mi Don Tito me buscaba para hablar. Me contaba de sus
padres, de sus orígenes, de su historia y le resultaba interesante mi capacidad
para improvisar soluciones.
La mañana de cierto día de diciembre, cuando comienzan las
reuniones familiares o entre amigos para despedir el año, cuando llegué al
trabajo encontré a Don Tito en un estado calamitoso. Parecía estar totalmente
borracho. Con mucho esfuerzo, pudo contarme que no había tomado mucho, pero
había mezclado sus medicamentos con alcohol.
Lo ayudé a caminar hasta un sofá que había en el pub e hice
que se acostara. Mis compañeros, aprovechando que estaba casi desmayado e
indefenso, comenzaron a descargar la bronca contra el jefe. Le llenaron la cara
de mayonesa, le sacaron y tiraron los zapatos a la basura y cosas como esa.
No sé por qué. A mi Don Tito me daba pena. Me parecía que su
sumisión hacia los patrones era producto de su miedo a quedarse sin trabajo y a
no poder conseguir otro, debido a su edad y su salud delicada.
Comencé buscar teléfonos de la familia del Tito y a avisar
que el viejo debía ser llevado a su casa o a donde fuera. Como a mediodía,
alguien lo vino a buscar. Estuvo unos cuatro días de licencia y, cuando
regresó, no recordaba nada de lo que había ocurrido. Yo tampoco se lo conté.
Pero un tiempo después, sin saberlo, Don Tito me devolvió el
favor. Yo había un arreglo bastante original en un balcón del pub, que había
quedado muy lindo.
Al día siguiente Don Tito, me llamó y me dijo algo que nunca
olvidé:
-Estuve con el patrón y me dijo que el trabajo que hiciste
había quedado muy bien. Yo le dje que lo habías hecho vos y que eras muy capaz.
Y, ¿sabés que me contestó?: “Si fuera tan capaz no trabajaría acá”. ¿Sabés por
qué te cuento esto? Porque me gustaría que no le des la razón. Podés hacer
muchas mejores cosas en tu vida que trabajar acá-
Yo quedé los siguientes tres días en un estado extraño. Con una sensación rara.
Al cuarto día renuncié y nunca supe más de Don Tito.
Se debe
haber muerto.