miércoles, 27 de enero de 2016

Foreman mira al cielo




Los recuerdos son maravillosos. Son mucho mejores que la realidad. Esta foto estuvo pegada en la cabecera de mi cama durante los últimos años de mi infancia y bastantes de mi adolescencia, digamos entre los 11 y los 17. Es una foto muy buena, pero yo la recordaba mejor aún.
En la foto de mi recuerdo George Foreman está tirado exactamente en el centro del ring, casi colocado allí con precisión geométrica. Mira al cielo, aturdido, con los brazos abiertos. 
Muhammad Alí está elegantemente parado en el rincón neutral y se puede sospechar que sonríe e insulta.
El árbitro no aparece en la escena, aunque ahora me doy cuenta que eso es imposible. No aparece y no la ensucia. En el ring del recuerdo de esa foto, de esa madrugada del 30 de octubre de 1974 en Kinshasa, en Zaire, el árbitro no aparece.
Alí ha conseguido lo que quería: vengarse del gobierno estadounidense que lo metió preso por negarse a combatir en Vietnam, le quitó el título y le prohibió pelear.
Yo recuerdo la foto. Estuvo pegada en la cabecera de mi cama, en un tabique de cartón prensado que separaba burdamente la única habitación en donde dormíamos mi hermano, mi viejo y yo, del único otro ambiente que era todo lo demás.
Foreman miraba al cielo, pero desde mi cabecera miraba a mi rudimentaria biblioteca, que era mi puerta al resto del mundo.
Foreman escuchaba la cuenta de 10 del árbitro, que yo borré de mi recuerdo. Fue lenta la cuenta, duró años. El árbitro imaginario recién gritó “¡out!”, cuando yo me fui de casa, para siempre.

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