(Ilustración: Juan Pablo Gianello) |
La
foto de los cazadores, junto a su presa. En la mesa de acero inoxidable de la
morgue del Hospital de San Carlos de Bariloche, está el cuerpo desnudo. El
forense ya ha hecho su trabajo. El cadáver está totalmente abierto. El informe
indicará que tenía ocho heridas de bala: una en el cráneo, tres en el rostro,
dos en las piernas y las otras dos en el pecho.
Atrás del cuerpo los cazadores se abrazan, sonríen y posan para la foto. En el centro está el oficial principal de la Policía de Río Negro Daniel Jesús Navarro, que fue quien reunió y organizó el grupo. A cada lado están los ejecutores: el oficial inspector Jorge Saúl Bobadilla, jefe de la cuadrilla, y los suboficiales Héctor Mario Gadea; Ricardo Jesús Chávez; José Luis Antilaf; Alejandro Schmeisser; Osvaldo Raúl Sánchez; Néstor Fabián Millaqueo y José Luis Bobadilla.
Sonríen para la foto, detrás del cadáver desnudo y desguazado de José Pedro “Pedri” Figueroa. Un instante antes, el forense Leonardo Sacomanno realizó el mismo estudio en los cuerpos de Daniel Omar Palma, Florentino Jaramillo Oyarzún y José Oyarzo Navarro.
A Palma el médico le extrajo un proyectil del cráneo y certificó un balazo que le perforó la muñeca izquierda. A Jaramillo Oyarzún le encontró tres balazos en el pecho, que lo traspasaron de lado a lado. Oyarzo Navarro tenía siete balas en el cuerpo: cuatro en el brazo izquierdo, dos en el pecho y una en el abdomen.
Es 25 de diciembre de 1992. Los policías han
acribillado a sus cuatro presas unas horas antes, en plena Nochebuena y cuando
los petardos se confundían con los disparos, la mayoría hechos a no más de un
metro de distancia. Ahora sonríen y quieren una foto que perpetúe el momento.
Según ellos, han vengado la muerte del sargento Guillermo Osses, ocurrida cinco
días antes cuando intentó evitar un asalto.
La cámara hace clic y el improvisado fotógrafo
revela el rollo al día siguiente. Toma la precaución de hacer copias para cada
uno de los nueve policías y hace una décima para él. La guarda en un cajón. La
guarda durante 12 años hasta que, un día, se la muestra al periodista.
-¿Me la prestás, para publicarla? Quiero escribir algo del caso.
-No. Es mi seguro de vida. Seguirá guardada ahí. Uno nunca sabe lo que puede pasar…
El hombre tiene un temor fundado.
-¿Me la prestás, para publicarla? Quiero escribir algo del caso.
-No. Es mi seguro de vida. Seguirá guardada ahí. Uno nunca sabe lo que puede pasar…
El hombre tiene un temor fundado.
La
impunidad
La masacre de Nochebuena quedará impune, después de un juicio declarado nulo y de que la Corte Suprema de Justicia de la Nación considerara prescripta la causa, en diciembre de 2009. Para justificar el miedo, también hay que contar con las amenazas que recibieron jueces, fiscales y medios de prensa durante los meses que duró la instrucción del expediente 126/93 “Bobadilla, Jorge Saúl y otros s/homicidio en agresión”.
Las decisiones tomadas por el Estado y la Justicia
rionegrina han sido contradictorias.
Todos los policías continuaron en funciones. Aún
hoy la mayoría de ellos reviste en la fuerza, aunque conservan la misma jerarquía que en
1992. El 8 de enero de 2014 Jorge Saúl Bobadilla, todavía con su rango de
oficial inspector, fue designado jefe del Destacamento
Especial de Seguridad Vial de la localidad de Ingeniero Jacobacci, por el
Comando Superior de la Policía de Río Negro. La resolución fue refrendada por
el gobernador Alberto Edgardo Weretilneck.
La justicia civil reconoció, después de muchos
años, la responsabilidad del Estado en la ejecución de los cuatro hombres. Sin
embargo la Provincia de Río Negro apeló la sentencia y todavía se niega a pagar
la millonaria indemnización a los deudos.
Entre tanto, en septiembre de 2014, el Superior
Tribunal de Justicia de Río Negro dejó firme un fallo de la Cámara del Trabajo
de Bariloche, que había rechazado una demanda de los policías Jorge Saúl Bobadilla, José Luis Bobadilla y
Héctor Mario Gadea, que pretendían que se les dieran los ascensos que no se les
habían otorgado mientras estuvo viva la causa penal y exigían que se les
pagaran las diferencias de los sueldos correspondientes. En esencia, la
Justicia dice que son hombres culpables, pero que no pudieron ser juzgados.
El hombre que guardó la foto,
tiene un fundamento mucho más concreto que justifica su cautela: la falta de
condena de la Masacre de Nochebuena, dejó una puerta abierta que la Policía de
Río Negro ha seguido utilizando periódicamente.
La noche del 13 de abril de
2000 un grupo de policías hizo una razia en el barrio 34 Hectáreas, en los
suburbios de la ciudad de Bariloche, y atacó a balazos a un grupo que bebía
cervezas en un baldío. Héctor “Titi” Almonacid murió desangrado por una bala
que le perforó una pierna. El sargento Domingo Anticura, supuesto autor del
disparo mortal, fue absuelto.
Mucho más cerca, la
madrugada del 17 de junio de 2010, una bala policial perforó la cabeza de Diego
Bonnefoi, un chico de 15 años. Horas después, una revuelta vecinal provocó una
brutal represión y las balas del Estado esta vez mataron a Nicolás Carrasco, de
16 años, y a Sergio Cárdenas, de 28.
De las ocho muertes, de los
ocho ajusticiamientos policiales, solo recibió condena el homicidio de
Bonnefoi.
La Nochebuena del 92, la
noche sin luna de abril de 2000 y las 24 horas del 17 de junio de 2010 marcaron
la historia de Bariloche. Desnudaron sus desigualdades y su enfrentamiento
social, que resurge con cada mínima crisis. Ya no se puede maquillar esta
ciudad como un lugar idílico.
Norma
Norma
Gómez tiene 59 años. Es viuda desde hace casi 23 años. Su marido José
Oyarzo Navarro murió de siete balazos.
“¿Sabe que es lo que más me
duele?, que mis hijos no pudieron cumplir sus sueños. Si no hubieran matado a
su padre, seguramente le hubiéramos podido dar la posibilidad de estudiar, de
hacer una carrera. Yo sola, trabajando en los hoteles, no pude hacerlo”, dice
Norma, que sigue viviendo en la misma casa de la calle Neuquén en donde criaba
a Gisell y a Cristian, que eran niños pequeños en el 92.
Es una mujer amable,
sencilla, que habla sin rencor pero con una enorme decepción y una profunda
tristeza. “Tengo un sabor amargo. La Justicia ha estado ausente y eso, además
del caso nuestro, ha dejado abierta una puerta para que la policía siga sintiéndose
impune, haga lo que haga”.
Norma ha visto a
funcionarios judiciales iniciar su carrera desde el primer escalón y jubilarse
como jueces. Ha visto como los 15 cuerpos originales del expediente han pasado
de abogado en abogado, sin que ninguno pudiera lograr darle una respuesta. Ha
tenido una sentencia civil a favor, que la Provincia de Río Negro se niega a
pagarle. Ha caminado casi 23 años por los pasillos de Tribunales y los estudios
jurídicos, sin dejarse vencer por las constantes decepciones.
“Si,
a veces me siento cansada de tanto ir y venir de papeles. Espero que alguna vez
esto tenga un final. Antes quería que alguien se hiciera cargo de lo que pasó,
que el Estado pagara por lo que hizo y que el dinero les ayudara a mis hijos a
estudiar. Ahora, ya casi no espero nada”.
Los
hijos de Norma ya son grandes. Tienen sus vidas encaminadas. Pero la masacre de
Nochebuena no ha sido olvidada por nadie. Está presente, todavía. Tanto que, 23
años después, Norma dice: “Te pido que no digas donde trabajan mis hijos. Los
pueden mirar mal. Hasta capaz que pierden el trabajo. Esta sociedad es así”. Y
tiene razón. A Jorge Saúl Bobadilla la mayoría de los policías rionegrinos lo
ven como un héroe, un referente. Una parte de la sociedad barilochense también.
Las dos
ciudades
Bariloche está dividida en dos. Siempre lo estuvo,
desde sus mismos orígenes. Su fecha de fundación fue resuelta por decreto del
Poder Ejecutivo Nacional, que la fijó el 3 de mayo de 1902. El “San Carlos” se
incorporó para reconocer a uno de los primeros comerciantes, Carlos
Widerhold. El “Bariloche”, es una deformación de una voz nativa. Estas tres
cosas, ya desconocen voluntariamente que estas eran tierras mapuches. Toda la
historia oficial está contada desde la llegada del hombre blanco, del huinca, y
deja olvidado todo lo anterior e ignora las masacres cometidas en la zona en
nombre de la civilización, de la “Suiza argentina”.
En 1992 Bariloche tenía poco más de 80.000 habitantes y se
dividía entre patrones y empleados. Hasta en la geografía de la ciudad se
marcaba (hoy ocurre lo mismo) la diferencia de clases: una ciudad rica y bella
cerca del lago y los trabajadores y el pobrerío ocultos en la zona alta. Así se
llama a los barrios periféricos: El Alto. Allí ocurrieron los hechos.
El
sargento
En Bariloche las noches
siempre son frías o, como mínimo, frescas. La del 20 de
diciembre de 1992 no era la excepción.
A las 20, todavía quedaba un resabio del día, una penumbra, antes que el sol se acostara detrás del cerro Tronador.
A las 20, todavía quedaba un resabio del día, una penumbra, antes que el sol se acostara detrás del cerro Tronador.
En un barrio del Alto, alguien aprovechaba esa
letanía para robar una camioneta que estaba estacionada en una calle poco
transitada. Era una Ford F 100 verde claro. La chapa patente todavía llevaba la
letra R de la provincia en donde estaba registrada y seis números: 001565.
El hecho no hubiera merecido ni un solo párrafo en
las páginas de policiales, si no fuera porque fue el comienzo del hecho más
salvaje ocurrido en la historia de la ciudad.
Nunca se supo quien la robó y por dónde circuló en
las horas posteriores. Lo que sí se comprobó es que cerca de las 4.30 de la
madrugada del 21, la F 100 ingresó al predio donde estaban los talleres y la
las oficinas de la compañía Tres de Mayo, la empresa de transporte público de
pasajeros local, ubicados en la esquina de Palacios y Hermite, del Alto
barilochense.
La fiscalía dijo después que en la camioneta “había
entre 6 y 10 personas, todos hombres, probablemente jóvenes”.
Estaban armados y, sin grandes problemas, redujeron a los empleados que lavaban los colectivos, algún administrativo rezagado y un par de choferes que esperaban tomar el primer turno de la mañana.
El custodio de la empresa era el sargento de la Policía de Río Negro Guillermo Osses, que normalmente cumplía servicios adicionales allí para llevar algún dinero extra a su casa.
Estaban armados y, sin grandes problemas, redujeron a los empleados que lavaban los colectivos, algún administrativo rezagado y un par de choferes que esperaban tomar el primer turno de la mañana.
El custodio de la empresa era el sargento de la Policía de Río Negro Guillermo Osses, que normalmente cumplía servicios adicionales allí para llevar algún dinero extra a su casa.
Tenía 36 años y, unos minutos antes que llegara la
camioneta, había concluido su turno y se iba caminando hacia su casa.
Seguramente el grupo de la F 100 había esperado verlo salir pero, cuando
ingresaron al playón, Osses todavía estaba a no más de 100 metros del lugar y
observó el movimiento.
“Osses ya había cumplido con su trabajo.
Perfectamente hubiera podido seguir su camino, pero evidentemente era un hombre
responsable y regresó”, recuerda el periodista de Policiales Serafín Santos,
hoy jubilado, que fue uno de los que más
de cerca siguió el caso.
La banda tenía un objetivo bien claro. Pretendía
cargar en la camioneta la caja de seguridad de la empresa, que contenía gran
parte de la recaudación del día 20.
El sargento Osses no tenía ningún equipo de comunicación
que le permitiera pedir apoyo. Reingresó solo al playón de la Tres de Mayo.
Algún testigo diría más tarde que alcanzó a dar la voz de alto y a
identificarse como policía. Incluso se estima que desenfundó el arma y efectuó
algún disparo al aire. La respuesta que obtuvo fue la de ocho balazos. Todos lo
impactaron por debajo de la cintura.
Los integrantes de la banda supieron que ya era
tarde. Que los estampidos seguramente habían alertado al barrio y que alguien
llamaría a la policía. Entonces, decidieron abortar el plan y escapar sin
llevarse nada.
El sargento Osses fue trasladado al Hospital Zonal
y falleció a las 13.45 de ese mismo día, cuando ya la gran mayoría de los
efectivos policiales de la Unidad Regional IIIa., están abocados de lleno a tratar
de identificar y detener a la banda.
La causa recayó en el Juzgado de Instrucción en lo
Penal Nº 4, a cargo del doctor Fernando Bajos. La forma en que llevó el caso,
le costaría la carrera.
El secretario de Bajos era Ricardo Calcagno, hoy
juez de Instrucción. El fiscal era Héctor Leguizamón Pondal, actualmente juez
de Cámara. La subcomisaría 77ª (luego Unidad 28va.) estaba bajo las ordenes del
subcomisario Hugo Vera, que años después fue funcionario de la Municipalidad de
General Roca cuando la intendencia estaba a cargo del extinto gobernador de Río
Negro y ex jefe de la SIDE, Carlos Soria. El segundo jefe de la subcomisaría
77ª, era el oficial principal Daniel Jesús Navarro, que luego fue jefe de
Investigaciones.
La
cacería
Sin orden formal del juez Bajos, incluso sin su
pleno conocimiento, el oficial Navarro decidió, con la venia de sus superiores,
formar un grupo de policías que se dedicara exclusivamente a buscar a la banda.
Los seleccionó con cuidado. Eran policías considerados “bravos”. En un acta
interna Navarro dejó su firma estampada, designando al oficial inspector Jorge
Saúl Bobadilla como cabeza de ese grupo de 8 policías.
Desde la tarde del 21 y hasta el 23, se realizaron
distintos operativos, varios de los cuales fueron simples razias.
En ellos se detuvo a Pablo Martín Figueroa, Juan Javier Figueroa, Oscar Horacio “Chivo” Báez y a José Andrés Otarola. Pero el grupo de Bobadilla tenía más nombres en su lista. Pedro “Pedri” Figueroa, Daniel “El Visco” Palma y un tal “Chachi” figuraban en ella.
Miriam
En ellos se detuvo a Pablo Martín Figueroa, Juan Javier Figueroa, Oscar Horacio “Chivo” Báez y a José Andrés Otarola. Pero el grupo de Bobadilla tenía más nombres en su lista. Pedro “Pedri” Figueroa, Daniel “El Visco” Palma y un tal “Chachi” figuraban en ella.
Miriam
El grupo de Bobadilla
trabajó intensamente esos días. El 24 de diciembre creían estar cerca de
detener a quienes todavía faltaban de la lista.
Algunos, incluso dentro
de la misma fuerza policial, ya advertían que podía concretarse una venganza
por la muerte de Osses, pero nadie le prestó atención a ese alerta o
prefirieron dejar que se produzca.
En la tarde del 24 de diciembre una mujer joven
entró a la subcomisaría 77ª. Era Miriam Medina. No fue allí porque sí.
Bobadilla y sus hombres la habían entrevistado varias veces, la habían
hostigado para que les diera una pista. Sabían que tenía una relación amorosa
con el Pedri Figueroa y presumían que sabía dónde estaba.
En la subcomisaría Miriam Medina, acompañada por
una amiga, se entrevistó con Bobadilla. Supuestamente les aporta un dato clave,
a cambio de que no mataran al Pedri.
La propia Medina (según algunos) o su amiga (según
otros) le contó a Bobadilla que esa noche Figueroa y el resto del grupo iría a su
casa para despedirse. Querían dejar la ciudad, aprovechando que supuestamente
los controles policiales estarían menos atentos por la Nochebuena. Figueroa
quería viajar a Neuquén o el Alto Valle del Río Negro.
Bobadilla organizó el operativo inmediatamente, sin
dar aviso al juez Bajos que, según costa en la causa, a las 19 del 24 dejó Bariloche
para pasar las fiestas en otro lugar. Tampoco dio aviso a sus superiores,
aunque otras versiones sostienen lo contrario.
La emboscada
El oficial inspector Bobadilla reunió en la subcomisaría a sus hombres y los puso al tanto de la situación y les dijo cual era el plan: una emboscada. Héctor Mario Gadea; Ricardo Jesús Chávez; José Luis Antilaf; Alejandro Schmeisser; Osvaldo Raúl Sánchez; Néstor Fabián Millaqueo y su hermano José Luis Bobadilla, lo escucharon atentamente.
Los policías, todos vestidos de civil, decidieron utilizar el auto particular de Gadea para movilizare. Era un Peugeot 504. Dos de ellos utilizaron otro vehículo particular, que nunca fue identificado claramente. Se dirigieron hasta la casa de Miriam Medina, ubicada en Los Colihues 1105, lugar conocido como La barda del Ñireco.
La emboscada
El oficial inspector Bobadilla reunió en la subcomisaría a sus hombres y los puso al tanto de la situación y les dijo cual era el plan: una emboscada. Héctor Mario Gadea; Ricardo Jesús Chávez; José Luis Antilaf; Alejandro Schmeisser; Osvaldo Raúl Sánchez; Néstor Fabián Millaqueo y su hermano José Luis Bobadilla, lo escucharon atentamente.
Los policías, todos vestidos de civil, decidieron utilizar el auto particular de Gadea para movilizare. Era un Peugeot 504. Dos de ellos utilizaron otro vehículo particular, que nunca fue identificado claramente. Se dirigieron hasta la casa de Miriam Medina, ubicada en Los Colihues 1105, lugar conocido como La barda del Ñireco.
Los policías se ocultaron y esperaron, mientras en
los hogares se disfrutaba la cena de Nochebuena.
Cerca de las 23.30, cuando los primeros petardos comenzaban a estallar, llegó un Renault 18 color claro. A bordo estaban José Pedro Figueroa, Daniel Omar Palma, José Oyarzo Navarro y Florentino Jaramillo Oyarzún.
Cerca de las 23.30, cuando los primeros petardos comenzaban a estallar, llegó un Renault 18 color claro. A bordo estaban José Pedro Figueroa, Daniel Omar Palma, José Oyarzo Navarro y Florentino Jaramillo Oyarzún.
La
ejecución
El auto se detuvo a unos 20 metros de la casa.
Florentino Jaramillo Oyarzún fue el único que bajó del auto y caminó hasta la
casa de Medina. Antes de llegar, fue interceptado y reducido por el oficial
Bobadilla, el cabo Schmeisser y, posiblemente, el cabo Millaqueo. La maniobra
pasó desapercibida para los que habían quedado en el Renault 18.
Los policías llamaron a
Miriam Medina y le preguntaron si conocía a Jaramillo Oyarzún. La mujer les
contestó que no y luego le ordenaron que vuelva a entrar a la casa. Medina
declararía meses después que, inmediatamente, escuchó tres disparos. Jaramillo
Oyarzún había sido tendido en el suelo, boca arriba, y ejecutado de tres
disparos en el pecho efectuados a 30 centímetros de distancia.
Simultáneamente el resto de
los policías se abalanzó sobre el Renault 18 y comenzó a gatillar. Las pericias
indicaron que los disparos se efectuaron entre un metro y un metro y medio de
distancia.
En la hora siguiente y con
la colaboración de otros policías que llegaron al lugar, el grupo de Bobadilla
se dedicó a borrar pruebas. Se dispararon armas no identificadas y se las
colocaron cerca de los cuerpos. Además se efectuaron más disparos con armas
policiales. El objetivo era simular un tiroteo. Los vecinos del lugar,
declararon después que los policías les gritaban que no salieran de sus casas,
porque había un delincuente en las inmediaciones y que estaban persiguiéndolo.
La maniobra de modificar la
escena, conjugada con el temor de los funcionarios judiciales de ganarse la
enemistad de la policía, fue muy efectiva. La causa fue calificada como
“homicidio en agresión”. Como si las muertes se hubieran producido en un
enfrentamiento armado.
La causa fue juzgada con esa
figura penal un año después por la Segunda Cámara del Crimen, que condenó a Jorge
Saúl Bobadilla a seis años de prisión; a Ricardo Jesús Chávez a cuatro años y a
Héctor Gadea, José Luis Bobadilla y José Luis Antilaf a la de 3 años y 6 meses,
mientras que se absolvió a Osvaldo Sánchez, Alejandro Schmeisser y Néstor
Millaqueo. Sin embargo el juicio fue declarado nulo tiempo después por el
Superior Tribunal de Justicia por errores procesales y, tras años de espera de
un segundo debate, la causa fue declarada prescripta por la Corte Suprema.
La
única justicia
Al contrario de la causa contra
los policías, la que tuvo como imputados a los primeros detenidos por el grupo
de Bobadilla por el asalto a la empresa Tres de Mayo, sí fue juzgada y
sentenciada. Allí se pudo determinar que alguno de los que fue ejecutado por el
grupo de Bobadilla, no había participado en el asalto.
Ese expediente acumuló 4
cuerpos y una sentencia anulada. Finalmente culminó con la absolución de Oscar
Horacio Báez y José Andrés Otarola.
Juan Javier Figueroa, por
ser menor al momento del hecho, fue declarado responsable y luego se le aplicó
la pena de 7 años de prisión efectiva.
Pablo Martín Figueroa fue
condenado a 15 años de prisión efectiva. El 9 de octubre del 98, a las 6 de la
mañana en la celda 314 del pabellón 7 de la Prisión Regional U.9 de Neuquén, su
cuerpo apareció colgando del cordón de una zapatilla. Su deceso se había
producido 8 horas antes.
Según informes médicos e internos de ese penal, 3 días
antes se había autolesionado bajo los efectos de una aguda crisis depresiva. Nadie
le prestó mucha atención a esa muerte.
Fojas
amarillas
En 1993 Enrique Sánchez
Gavier fue el fiscal de Cámara de la causa de la Masacre de Nochebuena. Cuando
se anuló la sentencia, se sintió defraudado. “Trabajé mucho. Es una de las
causas más importantes, graves y traumáticas que tuve en mis manos”, dijo 11
años después, cuando se intentaba conformar otro tribunal para un nuevo juicio,
cosa que finalmente nunca ocurrió.
“Fue una ejecución, no hay
dudas”, sostuvo en ese momento.
Después, solos en su
despacho con el periodista que lo entrevistaba, se levantó de su silla, fue
hasta una caja polvorienta y sacó un paquete de 218 hojas amarillas. Era la
sentencia anulada. “Guardé esto durante 11 años y no sé por qué. Tomá,
llevátelo. Algún día podrás escribir algo”.
El fiscal Sánchez Gavier ya
se ha jubilado. Ahora vive en Córdoba.
Es el momento de contar la
historia.
Enrique Pfaab
terrible ..una mancha terrible para la instituccion tener activos a esos asesinos..me consuela que exite una justicia divina ,hay un Dios soberano que ve y juzga todas las cosas
ResponderEliminaren esta noche buena del 2015 se cumplen 23 años de esta terrible masacre...pasaron los años ,pero cada navidad esta presente Pablo ¡ me da mucha tristeza pensar que no pudo disfrutrar y ver crecer sus hijos ,conocer sus nietos..y pienso que lindo seria estar juntos con nuestros hijos y nuestros nietos¡ siento mucha impotencia y bronca pasan los años y estos asesinos siguen vistiendo el uniforme de policia de rio negro¡ que verguenza y los jueces miran al costado ..la justicia es lenta pero en este caso de la masacre de la noche buena se les fue la mano .. sigo esperando pasaron 23 navidades sin Pablo y con una justicia lenta, ciega, sorda y muda. esta noche al brindar una navidad mas sin Pablo Oyarzo mi esposo.
ResponderEliminarY la flia del sargento Osses no pasó las navidades sin el , o su hija q en ese momento tenía cuatro añitos ?
Eliminar