Tiene
los ojos húmedos, la mirada llena de imágenes. En cualquier momento las
lágrimas se desbordarán y, una por una, cuadro por cuadro, reaparecerán los
cientos de películas que proyectó durante su vida. Las que vio desde los 6
años, las que miró de reojo a los 13 mientras vendía golosinas entre las
butacas, las que distribuyó años después, la que ahora lo tiene como empresario
y hace revivir al Cine Cervantes, de San Martín.
La
sala está llena. Es noche de jueves, noche estreno. Se reinaugura el Cine
Teatro Cervantes. En la primera fila está el intendente Jorge Giménez, el
presidente de casa España Raúl Billach, la ministra de Cultura Marizul Ibáñez,…
Una compaginación de fragmentos de algunas películas entrañables y dos parejas
de bailarines en vivo, que completan lo que se ve en la pantalla, terminan por
derrumbar el olvido. Luego vendrán algunos discursos improvisados. Incluso
hablará el hombre de los ojos húmedos, Horacio Campos, que después de que
inicie la película, saldrá a la antesala a remover recuerdos con el cronista.
Horacio
tiene 60 años. Hoy es uno de los socios de la empresa que invirtió para
rescatar al Cervantes. Pero antes fue un niño de 6 años que, llevado de la mano
por su madre Lucía, ingresó a la sala del Cine Sportman de Villa Hipódromo, en
la calle Paso de los Andes. Ese día de 1965 se proyectaba “La historia más
grande jamás contada”, en donde el actor sueco Max von Sydow encarnaba a
Jesucristo. “Lo primero que hice fue buscar de dónde venía la luz que
reflejaba las imágenes en la pantalla. Entonces vi allá arriba, el foquito
aquel.”
La vida del Hombre no está trazada en línea recta. Es circular.
“El dueño del Sportman está hoy sentado en la platea. Es don Oscar Humberto Paoletti. Yo lo invité. Pensé que no
iba a venir…”, dice Horacio con emoción, creyendo que el ya anciano empresario
iba a preferir quedarse sentado en el sillón de su casa. Don Oscar, junto a 300 espectadores más, está
viendo la obra prima como director de Dustin Hoffman, “Rigoletto
en apuros”, protagonizada por Maggie
Smith y Tom Courtenay.
Horacio Campos es un hombre simple, de trabajo. “A los 13,
después que terminé la primaria, tenía que ayudar a mi madre y alguien me
ofreció trabajar decaramelero en los cines”, recuerda. “El primer día me costó,
como me costó hablar hoy, pero lo hice”. Nunca más dejó ese ambiente mágico.
A los 17 proyectó su primera película en el cine Roxy. Fue una
cinta en donde Sandro era el protagonista y “Rosa, rosa” era el leitmotiv. Era la época en donde “en Mendoza había más de
veinte salas. Estaba el City, (en otra época Cinerama); el Avenida; Mendoza;
Palace; Cinema (después Radar); el Luxor (primero Centenario); el Opera; el
Lavalle; Cóndor; América; Gran Rex; Premier; el Roxy;…”, dice Campos. En el
Este estaban el Ducal, de Rivadavia, el Cervantes, de Junín; el Colón, de
Palmira. Y en San Martín el Mayo, el Monumental,… y el Cervantes.
“Cuando
comencé como proyectista eran dos máquinas y el sistema de proyección era a
carbón. Era un arte manual”, rememora Horacio. “Ahora todo es digital, colocan
el rack, aprietan un botón y listo. Nosotros teníamos que estar cada 20 minutos
cambiando rollos. Había que unir las cintas. Estar mirando constantemente los
carbones para que no se separaran o se acercaran y se acababa la proyección.
Había que mantenerlos a un centímetro de distancia. Los carbones estaban
recubiertos en la punta con cobre y emitían un gas que era insalubre. Por
convenio los proyectistas podíamos trabajar solo seis horas por turno y
teníamos que beber un litro de leche para contrarrestar los efectos del gas
carbónico”.
Ser
proyectista era un oficio trascendental en esos años, especialmente en los
pueblos. Casi como si fuera un título honorífico. En Junín, por ejemplo,
todavía se recuerda a los hermanos Escudero. Eran más conocidos como “los
Bruja”, que llevaban el apodo de Fortuna, Riquín y Coleto y que supieron
trabajar en el cine local. También, antes, ese trabajo lo hizo don Ángel Fuentes.
Un joven espectador de esos años, Avelino José, recuerda cuando
se estrenó “El último payador”, en el verano de 1950. La película estaba
inspirada en la vida del
payador José Bettinotti y fue escrita y dirigida por Homero Manzi, en
colaboración con francés Ralph Pappier. Hugo del Carril encarnaba a Bettinoti y Aída Luz era su
enamorada esposa. La canción central era “Pobre mi madre querida”. La cinta fue
proyectada en Junín por Ángel Fuentes, hombre de pocas pulgas. En un momento de
la película los personajes encarnados por Hugo del carril y Aída Luz se asoman
a una fuente para pedir un deseo. El agua refleja sus rostros y la cámara hace
un plano corto de ese reflejo. “Todos empezamos a silbar, porque creíamos que
el proyectista había puesto la cinta al revés. Entonces Ángel Fuentes paró la
proyección, encendió las luces y nos gritó desde arriba: ¡Ignorantes! ¡¿No se
dan cuenta que se están reflejando en el agua?!”. Se hizo un silencio
sepulcral. Luego se apagaron las luces y la película continuó.
Pero para que hoy se haya producido este renacimiento en San
Martín, antes tuvo que producirse una muerte. Horacio Campos recuerda esos años
crueles, donde las salas iban cerrando una a una, como en efecto dominó. “Fue una gran angustia”, dice. “Más de 40 familias se
quedaron sin trabajo de un momento para otro. Todavía siento una gran nostalgia
cada vez que paso por frente los cines Ópera y Llavalle, en la ciudad, y los
veo convertidos en playas de estacionamiento con piso de parquet. Jamás dejaré
el auto estacionado allí”, dice con voz quebrada.
Pero esa época macabra parece haber pasado. Hace ya un par de
años se reabrió el Cine Ducal en Rivadavia y Horacio Campos tuvo y tiene una
gran responsabilidad de que así haya sucedido. Ahora reabrió el Cervantes, de
San Martín. Ya está seriamente encaminada la reapertura de Cine Colón, en
Palmira. El Cervantes, de Junín, también fue restaurado y ya funciona como
teatro. Es época de esperanza, de revancha.
Horacio es empresario, pero esencialmente proyectista. Como el
Alfredo de Cinema Paradiso. Y no habrá incendios ni muertes que puedan hacer
que desaparezcan. Ni ellos, ni los besos que se daban Humphrey Bogart y Lauren
Bacall. Porque hoy y siempre será jueves de estreno.
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