lunes, 24 de junio de 2013

El hombre que sabía llegar a la meta


Texto: Enrique Pfaab
Ilustración: Diego Juri

Miró a su hijo a los ojos, con su tranquilidad de siempre, sin el más mínimo dramatismo, como si se tratara de una charla más. Le dijo: “Mirá Luisito, por la cuenta que vengo sacando me queda poquito. Cuando yo parta no me llevés al cementerio de San Martín. Te lo digo en serio y por dos motivos: el primero es por que si me dejás acá, en Junín, voy a tener cerca el autódromo y cuando haya carrera los fines de semana voy a poder sentir los motores. Y el segundo motivo es que tu mamá está allá, en Buen Orden, y si me llevás con ella me va a seguir rompiendo las bolas”.

Guido Maineri ya había pasado los 90 años y sabía que la línea de meta estaba cerca. Su hijo le replicó: “¡Dejate de hablar macanas, papá!”.

Pero don Guido sabía. Como había sabido siempre. Él era un “llegador” y sabía que estaba llegando. Llegar era una de sus virtudes y así se lo habían reconocido siempre sus camaradas Juan y Oscar Gálvez, Juan Manuel Fangio, y también sus amigos y compañeros de andanzas Oberdan Baldini, el Chapeque Francisco Mazzoni y Narciso Galleguillo, entre otros.

Luisito no quería aceptar ese final. Todavía hoy a Luis Maineri le cuesta aceptarlo. Es difícil creer que su padre, su mejor amigo, ayer, hoy y siempre, no esté junto a él aconsejándolo, haciéndolo reír y mostrándole que sólo hay una forma de transitar por esta vida: con simpleza, con pasión, con espero, con la cabeza abierta como para encontrar solución a cada problema.

Guido Arturo Maineri nació el 27 de noviembre de 1912 en Bizzozzero, en la provincia de Varese, en Italia y murió el 14 de diciembre de 2006, en Junín, Mendoza. Unos días antes, el 7 de diciembre de 2006, sufrió el primer ataque. “Estaba acá, en el sillón. Sentadito. Te imaginás la desesperación que me dio cuando sufrió el ACV. Se recuperó como a los 40 minutos. Cuando se despertó, ya estaba Carlos Redondo, el médico. Entonces el papi lo miró y le dijo: ‘Carlitos, ¿qué pasa?... se me quemó un condensador, ¿no?’. Carlos le dijo que sí, entonces mi papá le preguntó: ‘¿Se me va a quemar otro?, decime la verdad, ¿se me va a quemar otro?, porque me doy cuenta que la corriente mía está medio fulera…’”.

Luis, el hijo de Guido Maineri, recuerda esto mientras llora y se ríe al mismo tiempo. Es que una vez más su padre ha logrado lo que quería: enseñarle que la vida es sólo una serie de circunstancias y que la forma en que se las enfrente las transforma en buenas o malas. Incluido el final.

Durante 94 años, Guido Maineri hizo algunas cosas con su vida. Es una historia fácil de reconstruir gracias a su nieta Antonella Maineri (14). Ella fue la única que tuvo el privilegio de que su abuelo le cambiara los pañales, le diera la mamadera y le trasmitiera la pasión por el automovilismo. Por eso Antonella es la que se encargó de reunir fechas, fotos, nombres e hitos de la historia de uno de los volantes más importantes de la provincia.

En 1925 Guido, con 13 años, se embarcó hacia la Argentina con su familia y se radicaron en Godoy Cruz. Un año después se mudaron a San Martín y en el ’27 Guido comenzó a trabajar en la agencia Ford para ayudar a la economía hogareña. En esa época ya tocaba el violín y el mandolín, e integraba varias orquestas. Pero su pasión ya eran los fierros. En 1932 se puso de novio con quien fue su mujer, Elena Barocchi, y en el ’36 montó su propio taller mecánico sobre la actual avenida Boulogne Sur Mer. Allí también construyó su casa. En el ’37 nació María Élide. Recién en el ’53 llegó su hijo varón, Guido Luis. Pero antes de que naciera Luis ya Guido estaba metido de lleno en las carreras y en la aviación. En mayo del ’45 fue uno de los fundadores del aeroclub San Martín, se recibió como piloto civil y se compró un avión Píper.

El año ’47 fue su gran momento. El 9 de marzo se sumergió en el automovilismo y corrió su primera carrera. Fue en el hipódromo de San Martín, donde actualmente está el autódromo Jorge Ángel Pena. Su auto, como siempre, fue un Ford: en ese mismo año, con el número 91, corrió el Gran Premio Internacional. Salió décimo.

En 1948 se corrió la histórica Buenos Aires –Caracas y la inmediata posterior Lima– Buenos Aires. A Caracas llegó noveno y a Buenos Aires sexto. Pero después de 15.000 kilómetros recorridos y de acuerdo con la suma de tiempos, en la clasificación general quedó en el tercer puesto, detrás de Juan Gálvez y de Daimo Bojanich.



En 1949 participó en lo que él siempre consideró como su mejor carrera: el Gran Premio de la República, con un recorrido de 11.150 kilómetros dividido en 12 etapas. Fue cuarto, detrás de Juan Gálvez, Juan Manuel Fangio y Oscar Gálvez. Su trayectoria deportiva duró hasta 1956, siempre teniéndolo en la línea de llegada, dentro de los primeros. Ese año se retiró “para poder estar más tiempo con su familia”, según cuenta su nieta.

Detrás de Luis hay una vitrina repleta de copas inmensas. Copas verdaderas, las de metal, no de esas de plástico infame que se entregan ahora. Están cuidadosamente envueltas en celofán, cerrado con un moño en la punta. Allí está la vida de Guido. Cuenta su hijo Luis: “Él siempre decía lo mismo que Oscar Gálvez: ‘Las carreras se ganan en el taller’. El viejo fue un detallista. Él metía mano en el auto. Pese a que tenía mucha gente que lo ayudaba, la última apretada de tornillos la daba él mismo. Y siempre se preocupó por tener un auto llegador, más que ganador. Un auto bien armadito”.

Guido y Luis estuvieron siempre juntos. Trabajaron juntos en el taller y también hacían viajes en un camión por el país en épocas de transportistas. Siempre fue así. Hasta los últimos días. Guido no supo quedarse quieto. En el 2000 el autódromo de Junín, ubicado muy cerca del cementerio, fue bautizado con su nombre y en 2005 el propio Guido dispuso que su histórica cupé Ford roja ocupara un lugar en el museo de Ángel Cucco, en Buenos Aires.

“Era un italiano chinchudo. Siempre tenía razón. Como todos los jóvenes uno decía: ‘¡Qué sabe el viejo!’ Pero cuando se da vuelta la página uno se da cuenta de que el viejo sabía… y que siempre sabía más”, dice Luis.

Guido tuvo siete nietos y siete bisnietos. Antonella tiene 14 años y es una de sus herederas. Quizá sea “la Maineri más auténtica, la que tiene en las venas la sangre fierrera del abuelo”.

Un domingo de estos, a la mañana, esta adolescente estará a la vera del circuito del autódromo Guido Maineri viendo las carreras. Mientras tanto, su abuelo las escuchará a la distancia, después de haber cruzado, como siempre, la línea de meta.

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