domingo, 17 de noviembre de 2013

Las tumbas que nadie quiere ver



Texto: Enrique Pfaab

Fotos: Horacio Rodríguez

Adentro reina el silencio. Afuera también. Adentro hay cinco mil cadáveres, la mayoría sin nombre ni fecha. Afuera hay muchos que no saben que este lugar existe y otros simplemente prefieren ignorarlo. Adentro hay tumbas cavadas entre el 76 y el 82 donde se colocaron de a tres cuerpos juntos y que llegaron en bolsas de arpillera, sin ninguna identificación. Afuera dicen que quizás sea mejor seguir sosteniendo el silencio.
Juan está agachado, tratando de empalmar dos mangueras negras de media pulgada. El agua cae, lo salpica y forma un charco de barro espeso. El hombre tiene que regar para que no muera lo poco que tiene vida. “No se cuánta gente habrá sepultada acá y me parece que no hay forma de saberlo. Los únicos que están más o menos contados son los de ese cuadro (señala) y que son los muertos de las familias que pagan”, dice. Juan es el encargado actual del Cementerio de El Ramblón, el más antiguo de San Martín y en donde siempre se ha enterrado a los “pobres de solemnidad”, como dice una ordenanza municipal que todavía está vigente.
“Hace poco que estoy acá”, dice Juan, mientras sigue luchando con la manguera. Muchos en San Martín no saben que este lugar existe. Otros lo llaman “el cementerio de los pobres”. Muchos más identifican ese predio de una hectárea como el sitio “donde se enterraba a los desaparecidos”.
Casi no hay registros ni nombres. Solo los pocos nichos y unas doscientas tumbas están claramente identificadas. El resto solo tienen unas crucecitas de madera o lo poco que queda de ellas. O nada, y apenas se alcanza a distinguir un suave relieve en el suelo.    
“Estamos tratando de ordenar todo con mucho esfuerzo. La mayoría de los libros se perdieron y durante muchos años el encargado del lugar anotó en un cuaderno que desapareció. Recién tenemos organizado desde el 2008 a la fecha”, dice Bibiana Fernández, quien hace poco tiempo se hizo cargo del área que administra los tres cementerios municipales del departamento.
Juan dice lo mismo: “Ahora está un poco mejor. Cuando yo entré era todo un yuyal. Es difícil saber dónde hay tumbas y dónde no”.
El caos tiene varias razones. El salitre, las vizcacheras, el viento, las lluvias que anegan todo, la falta de mantenimiento… y el olvido. Natural o voluntario.
Para indagar hay que retroceder en el tiempo. Juan es muy “nuevo” en el puesto y dice que no tiene recuerdos, ni relatos de recuerdos. Apenas puede confirmar que el ochenta por ciento de las tumbas no están identificadas y que es bastante frecuente que cuando se cava una nueva sepultura  aparezcan esqueletos en donde se creía que no había nada.
El cementerio de El Ramblón no está en ese distrito sanmartiniano. Según los límites catastrales es territorio de Alto Verde, a unos 15 kilómetros del centro de la ciudad, en una zona netamente rural y muy poco poblada. La hectárea se ubica en la esquina sudeste del cruce del Carril Norte y la Calle del Cementerio. Así se llama.
Antes que Juan , el encargado fue Daniel Eulalio Sáez (49), que ahora trabaja en el cementerio de Buen Orden.
Fue el último que vivió en una casa junto al camposanto, que ahora está en ruinas. Cumplió el rol de encargado por no más de cinco años.
Allá por el 2005 fue entrevistado por Alejandro Ravazzani, un estudiante de Historia que  ahora es profesor. En ese encuentro, y también en este encuentro cuando atiende en la puerta de su casa, relató casi lo mismo. Que ha escavado muchas veces para hacer nuevas tumbas y que ha encontrado huesos “a 70 centímetros de profundidad”. Que hay muchas tumbas sin marcas porque “la mayoría tiene cruces de madera y se rompen. A veces yo he puesto cruces nuevas con unas maderitas”.
Después, preguntado específicamente sobre qué sabe de la versión sobre tumbas de personas asesinadas por miembros del Ejercito o de las fuerzas de seguridad entre el 76 y 83, dice que “me contaron que enterraban de a tres cuerpos por fosa”. En la entrevista que se le hizo en 2005 dio más detalles: “Allá, en esa parte (señala un sector al fondo, hacia el sur del cementerio) están enterrados unos que, para mí, son de los subversivos. Yo no estaba, estaba el cuidador anterior, pero él me contó que una noche cuando estaban los militares, llegó un camión del Ejército con 35 cuerpos, todos metidos en bolsas, y se los hicieron enterrar ahí, de a tres por tumba. Le dijeron que no preguntara nada, si no quería terminar como esos. Para mí que son desaparecidos. Puede ser.” (“Los médanos del cólera”; monografía; Ravazzani, Alejandro; Pag. 69; Cátedra: Taller de producción del conocimiento científico; IFDyT 9-001; noviembre; 2005)
 El profesor Ravazzani acepta repetir la visita al el cementerio y repasar ese recuerdo en el mismo lugar en donde lo escuchó. “Me señaló ese sector” dice con seguridad. Su dedo apunta a una fila de cruces sin nombre, después de unas tumbas deterioradas pero identificadas.
La tierra está muy blanda, incluso en los senderos. Parece que el piso va a ceder al siguiente paso. Dicen que es por la sobrepoblación de cadáveres y por las vizcacheras que hay en todo el lugar. Una empleada administrativa de la comuna recordó: “Una vez fui a un sepelio allí. Una mujer que estaba en el cortejo se enterró y se cayó muy adentro. La tuvieron que sacar entre varios, llamar a una ambulancia y llevarla al hospital por una crisis nerviosa”.  
Ravazzani señala. Son cuatro cruces maltrechas de madera, idénticas a otras cientos y cientos que hay en el resto del predio. Están al sur del pasillo central y a unos 30 metros del portón de ingreso.
Hay que buscar una primera versión. Hablar con “el cuidador anterior” que menciona Sáez. Le decían “Gonzalito” o simplemente “Lito”. Ahora está jubilado. Después de vivir muchos años en la casa junto al cementerio, ahora tiene casa propia en un barrio de Alto Verde.
Es una mañana soleada. En el frente de la casa hay un hombre sentado sobre el gabinete de gas. Es Delfín González. Ahora tiene 76 años. “Trabajé del 70 al 2002 en la Municipalidad”, dice. El hombre desconfía apenas se le pide que cuente su historia y la del Cementerio de El Ramblón. Repite varias veces: “Pero usted, dígame exactamente ¿qué es lo que quiere saber?”. González sabe por qué se lo busca. Él puede saber si entre el 76 y el 82 fueron enterrados en ese cementerio cuerpos no identificados, llevados por los militares o por orden de ellos.


El hombre no responde directamente. Cuenta: “Yo debo haber enterrado unos 400 NN en esos años. Los llevaban como a cualquier otro, por orden de la Municipalidad (el interventor era el mayor Norberto Aurelio López). Eran cuerpos que tienen que haber pasado por la morgue del hospital y tiene que haber registros en el cementerio y en el mismo hospital”, dice.
Indica dónde ubicó esos 400 NN. “Del pasillo central, a la izquierda (el dato es distinto al que tiene Ravazzani). Están los nichos, después viene una hilera de tumbas, después el cuadro de los niños y después el de los NN. Están ahí”, pero no confirma que allí haya cuerpos de asesinados/ desaparecidos.
Rechaza ir a recorrer el cementerio. Dice que no puede, que su mujer y un hijo tienen alguna discapacidad y que debe cuidar de ellos. Delfín González cuenta algunas cosas. Su silencio el resto.
Todos los que saben en San Martín de la existencia del Cementerio de El Ramblón tienen la misma versión. Es lo primero que surge cuando se consulta sobre su historia. Algunos la cuentan solo como una versión. Otros son más concretos: “Si, algo de eso hay”, dicen. Son vecinos de los ámbitos más diversos: comerciantes, obreros, funcionarios y hasta algunas personas ligadas al trabajo con los difuntos.
En su momento Alejandro Ravazzani y un amigo suyo denunciaron en distintos organismos el contenido del relato hecho por Daniel Eulalio Sáez. Sin embargo nunca se investigó. Así lo confirma personal del Equipo Argentino de Antropología Forense. “Nunca trabajamos allí”, dicen en la oficina del EAAF que está en Buenos Aires. “Lo tiene que ordenar la Justicia Federal”, agregan. El EAAF ya ha trabajado en el Cuadro 33 del cementerio de la ciudad de Mendoza y en estos días lo hace en el de San Carlos, buscando restos de desaparecidos en la época de la Dictadura.
El Cementerio de El Ramblón es el más antiguo del departamento. Allí, entre tumbas, hay un mito por derrumbar o una historia que escribir. Ahora. Definitivamente.


1 comentario:

  1. Me pareció excelente esta nota! Es como algo que cuesta creer, pero como todo lo que ocurrió en esa época cada vez hay mas gente como vos que va echando mas luz sobre los desaparecidos en una provincia en que "nunca pasaba nada".

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